De riguroso blanco, el ataúd cargado de flores, globos y recuerdos es llevado en andas por cuatro jóvenes, escoltados en una lenta procesión por los familiares, quienes recorren los pabellones del cementerio público de Navotas (Filipinas), esquivando la basura y a los niños y gallos que se cruzan libremente en la caravana del sepelio. Hace unos días, un nicho ocupado hace ya cinco años fue limpiado y los restos desalojados para recibir al inquilino del ataúd blanco. Finalizado el funeral, una capa de ladrillos le asegurará estadía para al menos los próximos cinco años.
Convertida ya en rutina a su corta edad, la procesión es seguida por los ojos de decenas de niños, para quienes esta necrópolis es su propio barrio. Acá llegaron a vivir sus padres y abuelos hace más de treinta años, literalmente sobre los nichos o a orillas de la necrópolis, bañada por la bahía de Manila.
"Los visitantes y los residentes tienen una buena relación. Ellos sólo quieren que respetes las tumbas y no las uses como baños", cuenta uno de los cinco sepulteros de Bagong Silang, la asamblea del vecindario en el cementerio.
Conoce la historia del cementerio público de Navotas después del salto.