Hasta no hace mucho tiempo, estábamos convencidos de que éramos unos privilegiados por vivir en la maravillosa Isla de Chiloé, por cuanto, a nuestro juicio, era un lugar donde el Patrimonio, elemento esencial de su identidad, se valoraba por sobre todas las cosas.
Muchas iniciativas públicas y privadas realizadas a fines del siglo XX e inicios del Siglo XXI como lo fueron la defensa del bosque nativo ante el proyecto Astillas de Chiloé en los 70; la defensa de los palafitos ante el decreto de erradicación de estos barrios de bordemar; la restauración y declaratoria del Sitio 16 Iglesias de Chiloé Patrimonio de la humanidad; el éxito de los Festivales Costumbristas en toda la Isla y la Feria de la Biodiversidad en Castro, ámbitos donde se recrea culturalmente de manera tangible e intangible el patrimonio, entre otras acciones, nos daban cuenta de la valorización del Patrimonio por parte de la comunidad insular y nacional, el que se entendía como palanca de desarrollo económico y cultural de Chiloé.