Pensemos en una hoja de papel. Si intentáramos rigidizarla a partir de su estado primario, esta no podría sostener su propio peso. Sin embargo, si la curvamos o la doblamos, la hoja alcanza una nueva calidad estructural. De esta misma forma actúan las cáscaras. "No se puede imaginar una forma que no necesite una estructura, o una estructura que no tenga una forma. Toda forma tiene una estructura y toda estructura tiene una forma. De esta manera, no se puede concebir una forma sin concebir automáticamente una estructura y viceversa". [1] La importancia del pensamiento estructural que culmina en el objeto construido recae, entonces, en la relación entre la forma y la estructura. Las cáscaras surgen a partir de la asociación entre el concreto y el acero, y son estructuras cuyas superficies curvas continuas presentan un espesor muy pequeño, por lo que son muy utilizadas en cubiertas de grandes vanos sin apoyos intermedios.
En términos estructurales, las cáscaras de hormigón son eficientes por resistir muy bien los esfuerzos de compresión, absorbiendo pequeños momentos de flexión en puntos específicos de su superficie, principalmente próximos a los apoyos.