Durante el siglo XX, un aula era una sala cerrada con 40 pupitres alineados y una pizarra, situada un peldaño más arriba. Se buscaba evitar distracciones y concentrar la atención del estudiante en un solo punto, la tiza del profesor. Un aprendizaje jerárquico, basado en la memoria, que ponía el acento en los conocimientos académicos.
En algunos lugares, esta estructura de aulas tradicionales está siendo reemplazada por plazas de aprendizaje, espacios de trabajo de hasta 100 alumnos y varios docentes. El pupitre desaparece sustituido por mesas de 6 plazas, donde unos alumnos comparten tarea, mientras otros se sientan en la zona de moqueta, donde exponen y discuten su trabajo. Este esquema fomenta la colaboración y permite agrupaciones distintas para cada actividad, pero contiene errores: La biblioteca, que antes era un espacio aislado al que iban a estudiar solo algunos, se disuelve ahora entre las aulas en estanterías bajas, sin espacios asociados que permitan cierto recogimiento y tengan esa iluminación tenue necesaria para absorber conocimiento.