Todo lo que sube tiene que bajar. Y para aquellas obras que han escalado muy alto, convirtiéndose en todo un fenómeno en la historia cine, pareciera que alrededor de su éxito se gestase una corriente negativa cuyo único propósito es la de desprestigiar todas sus cualidades. Para el director James Cameron no es la primera vez que esto le ocurre a una de sus obras, ya con “Titanic” (1997) experimentó un fuerte repudio posterior por parte del público e incluso de parte de otros directores de su gremio, donde -de igual manera- se apelaba a una historia demasiado simplista adornada con una factura técnica nunca antes vista.
Con “Avatar” la historia se repite. Cameron es criticado como un director efectista, un vendedor de humo que detrás de la vanguardia tecnológica no tiene nada original que comunicar. A modo de apología, hay que comprender que su cine proviene de una carrera humilde, de un hombre que se formó a si mismo dentro de la industria de los efectos especiales y cuya mentalidad siempre busca la forma más simple de hacer que las cosas funcionen. Cameron maquina sus historias desde una visión técnica, premiando lo simple sobre lo rebuscado, lo funcional sobre lo ineficaz.