Desde sus inicios embrionarios, la ciencia ficción se ha preguntado por el futuro del hombre y su entorno. Por cómo la construcción de ciudades y la promesa del mundo moderno lo llevaron a creer en un futuro inconmensurable y seguro. Pero pronto se daría cuenta que este fastuoso sueño se convertiría en una pesadilla para el planeta que habitaba y para el mismo. Las temáticas sobre una condición post apocalíptica se volvieron recurrentes en el género debido a los acontecimientos que brindaba la realidad mundial en todos los órdenes: económicos, políticos, sociales y científicos, que presagiaban un mal futuro para el hombre y su planeta.
Estas visiones futuristas llenaron al cine de historias de aventuras y viajes a otros mundos, donde nuevas posibilidades aseguraban su permanencia en el universo. De aquí se desprenden grandes clásicos del cine de ciencia ficción como Metrópolis, de Fritz Lang (1927), en donde la ciudad moderna destilaba injusticia; 2001: Odisea en el espacio, de Stanley Kubrick (1968), un viaje al infinito y a la evolución humana; Blade Runner, de Ridley Scott (1982), donde las exploraciones genéticas buscan hacer más humanos a los androides que los mismo humanos; y por último se encuentra Moon, de Duncan Jones (2009), una nítida abstracción del género, donde la arquitectura sutura el tiempo y el espacio para develar los más crudos interrogantes del hombre: