Las inversiones públicas para satisfacer tanto a las exigencias de los organizadores como al espectador/turista en los últimos eventos internacionales parecen estar limitadas -en el mejor de los casos- al mes de transmisiones televisivas para luego caer en un lamentable estado de abandono que las autoridades no quieren asumir.
Cuando la antorcha se apaga; cuando los campeones del Mundo vuelven a sus países y se acaba la magia, estos estadios, piscinas, velódromos y villas olímpicas se convierten en elefantes blancos imposibles de repletar.
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