El personaje de Richard B. Riddick vio su nacimiento en el año 2000 dentro de la película de bajo presupuesto “Pitch Black”, que aun con pocos medios logro captar la atención del público y la crítica mediante su estilo de humor negro gamberro y un universo espacial intrigante, que si bien no se mostraba en pantalla contextualizaba muy bien la acción dentro de la cinta. Su director, David Twohy tendría la oportunidad de llevar a la pantalla una nueva entrega del personaje de Riddick hasta cuatro años después, dándole un rumbo inesperado a la historia.
En lugar de crear una cinta siguiendo la fórmula de la original, se decantó por una expansión abrupta de sus elementos, construyendo un universo rico y palpable dentro de la pantalla. Si en el filme previo contaba con escenarios limitados y de elementos minimalistas, ahora contaba con una arquitectura detallista e intimista, exuberante y que cobraba tanto peso como los propios protagonistas en la historia.
Dentro del cine actual existe una fiebre por la adaptación de sagas literarias juveniles. “Divergent” cae dentro de esta carrera por generar una serie de películas cada vez mas rentables económicamente y hasta clonicas entre si. Su comparación con “The Hunger Games” ha menguado su originalidad debido a lo similar de su argumento, sin embargo ambas presentan características propias que las vuelven únicas y ofrecen panoramas muy distintos en cuanto a su desarrollo. Particularmente, “Divergent” muestra un contexto mas palpable y completo, lo que nos permite analizarla a profundidad.
La trama nos sitúa en una realidad cien años en el futuro. A diferencia de las realidades altamente tecnológicas o apocalípticas a las que nos tiene acostumbrada la ciencia ficción, vemos una ciudad de Chicago congelada en el tiempo. Su skyline se mantiene firme sobre el horizonte, y en el, vemos los estragos de un conflicto marcados en su estructura como si fuera una radiografía. Los caminos han sido derruidos y el gran lago Michigan ha sido desplazado por una estepa que rodea la ciudad hasta perderse en el horizonte.
El cine de acción clásico, caracterizado por altas dosis de testosterona fílmica y un estilo gamberro, encontró el final de su época a principios de la década de los noventa. Los gustos del público se enfocaron hacia cintas con efectos especiales revolucionarios, donde fantasías como “Jurasic Park” (1993) se volvían clásicos instantáneos al momento de su estreno. Y justo en dicho año, donde se produce el punto de inflexión, vemos estrenada “Demolition Man”. Pese a lo mencionado anteriormente, su acogida entre el público fue buena, en gran parte por el carácter irreverente y cómico que mostraba, casi auto paródico de la formula clásica del cine de acción, transportándonos a un futuro soso y pacifico donde solo dos hombres traídos del pasado “barbárico” de la humanidad podían corregir el rumbo de la misma a punta de pistola.
La premisa de la cinta, aunque simple, nos permite observar el proceso de evolución de la zona metropolitana de Los Angeles. En el presente (1996) se nos muestra una versión apocalíptica, una ciudad consumida por la violencia y la criminalidad donde solo la brutalidad policial logra mantener el orden al precio de convertir el territorio en un campo de batalla. Dicha situación imaginaria se basó en el alza de criminalidad que la ciudad atravesaba en la realidad y al escepticismo de hallar una solución clara para erradicarla.
Todo un clásico del cine de acción, “Total Recall” es un filme que trasciende su etiqueta de cinta comercial y cuyo mensaje va más allá del simple entretenimiento basado en la acción pura y dura. Basado en un relato del gran autor de ciencia ficción Phillip K. Dick y dirigido por el crudo y sin tapujos director Paul Verhoeven, el filme presenta un perfecto balance entre una fantasía tecnológica, una crítica social descarnada y violencia gore que no se apena de sí misma para mostrar una realidad donde la humanidad ha entrado en una espiral decadente y pesimista de la cual no parece haber salida.
La realidad de la tierra en la primera mitad de la cinta luce dentro de un futuro palpable y próximo, que sobrepoblado, ha obligado a la humanidad a tomar decisiones drásticas sobre su forma de vida. Filmada casi por completo en los estudios Churubusco de la Ciudad de México, debido a la mano de obra barata de la época, la mayoría de las locaciones que vemos en esta primera parte pertenecen a edificios emblemáticos de la propia ciudad y a la arquitectura mexicana. Dichas obras van desde la década de los sesenta hasta los noventa como una búsqueda del gobierno para integrar al país dentro de la modernidad.
Si algo ha caracterizado a lo largo de los años a la saga de videojuegos “Final Fantasy” es la profundidad de sus historias y personajes, así como el despliegue imaginativo para recrear sus mundos extraídos prácticamente de sueños. La etapa en la que estuvo a cargo Hironobu Sakaguchi, fundador de la saga, es reconocida ampliamente por explotar todos estos elementos, al grado de considerar sus trabajos como obras maestras; impecables mundos de fantasía en los que el jugador se encuentra profundamente inmerso como en la mejor de las literaturas o la más clásica cinta de cine.
Dentro de todas aquellas fantasías, quizás la que ahora es nuestro tema de análisis, resulta la más incomprendida. Ni los críticos ni el público en general la recibieron con ánimo y el hecho de que provocase la bancarrota de la compañía Square, que la produjo, la hace cargar un mayor estigma y rechazo como si se tratase de una leyenda negra.
La utopía ha sido retratada múltiples veces en el cine, pero pocas visiones han resultado tan refrescantes y han aportados nuevos paradigmas como las planteadas en el trabajo del director Neil Blomkamp. De claras obsesiones urbanas, ya en su primer largometraje “Distrito 9" nos tocaba temas tan controvertidos como la marginalidad y la explotación de clases y en “Elysium”, tema de nuestro análisis, ahonda sobre la marginalidad en nuestro modelo de hacer ciudad actual.
El punto que marca la diferencia con otras visiones utópicas/distópicas clásicas, donde el poder o la clase dominante obliga mediante la fuerza a vivir a la clase baja en un ambiente degradado y marginal, es que en “Elysium” es la población alta la que se auto segrega del grupo, construyendo un hábitat artificial donde resguardar todos sus privilegios del resto.
Dredd no es la primera adaptación de la serie de cómics homónima; ya en 1995 el director Danny Cannon y el actor Sylvester Stallone habían realizado una aproximación a la urbe caótica de “MegaCity One”, la cual estaba claramente influenciada por la estética de Blade Runner al mostrar una ciudad cubierta en oscuridad y luchas trepidantes sobre rascacielos. En comparación con dicha ambientación efectista y futurista, esta nueva adaptación nos ofrece una visión mucho más “real”, casi palpable del que pudiera ser el futuro de la humanidad.
La película inicia con la imagen de un gran desierto, una extensión inconmensurable de tierra árida donde la vida no existe. Una voz en off nos alerta de su condición radiactiva, mientras a lo lejos se vislumbra la silueta de múltiples rascacielos repartidos en el horizonte. La humanidad ha conseguido finalmente degradar su medio ambiente tras una gran guerra, resguardándose sobre la última extensión de tierra que le queda. Se refugia en su invento más grande, la ciudad, buscando consuelo y esperanza, encontrando tan solo infelicidad y conflicto en su propia creación.
En el momento de su estreno, “Aeon Flux” fue duramente criticada, sobre todo por el público en general, como una mala adaptación de la serie de animación de su mismo nombre y por ofrecer una trama típica y escenas de acción sin mucha coherencia, las que en aquel entonces respondían en gran medida a la influencia que “The Matrix” había implantado al inicio de la década. Ofreciendo un análisis posterior es muy difícil debatir dichas apreciaciones, pudiendo rescatar quizás algunas actuaciones, pero por sobre todo, recalcar el gran trabajo gráfico y de arte que se realizó para la ambientación de la película.
A priori el argumento del filme obligaba a representar a una sociedad futura del siglo XXV, que tras un desastre no especificado, se veía confinada a vivir en un territorio delimitado y de apariencia paradisíaca. De los mayores aciertos fue el no caer en nociones fantasiosas, de arquitecturas imposibles y de tecnologías que desafían la lógica, sino plasmar la realidad del futuro con elementos ya existentes dentro de nuestra realidad actual.
Antes de que el director Michael Bay quedara encasillado por la taquillera pero a la vez repetitiva saga de “Transformers”, sus obras se caracterizaban por ser efectivas cintas que combinaban acción trepidante con guiones dinámicos y actuaciones que se volvían icónicas gracias a un contexto sólido y coherente. “The Island” es un ejemplo contundente de esto último, transportándonos hacia una realidad fría, mecanizada y cruel en donde el humano se ha convertido en un producto más del mercado.
Si uno asiste al visionado sin conocer a fondo los detalles de la obra, se nos presenta primeramente una sociedad humana la cual ha sobrevivido los estragos de un desastre biológico. Refugiados dentro de una enorme instalación compuesta por grandes torres departamentales, la población humana sobrevive a esta realidad con la promesa de un futuro reconstruido. Se cuentan con todos los servicios y comodidades, pero todos los aspectos de la vida están monitoreados y estrictamente controlados por una sola autoridad, quien dicta cuales acciones son más favorables para cada quien.
La decisión de que un director novato fuese quien dirigiese la continuación del film de culto “Tron”, tomó a muchos por sorpresa y marcó para siempre la calidad del producto final, en muchos planos diferentes. Por un lado, la crítica y el público coinciden en una historia simple y sin complicaciones, en la cual los protagonistas no lograban conectar con el público completamente; pero por el otro, nadie se atrevió a criticar negativamente la calidad visual de la película, la cual nos mostraba un universo perfectamente consolidado en todos sus detalles.
La poca experiencia como director de Joseph Kosinki se compensa con la de arquitecto. Uno de sus principales objetivos al llevar la cinta a su realización fue la de mantener el espíritu original de la cinta ochentera. Esta había sorprendido gracias al uso innovador de la animación digital y efectos especiales, con una estética muy geométrica y simplista debido a las limitaciones de la época. Kosinki sabía que la animación actual ofrecía recursos ilimitados, sin embargo no deseaba que el diseño se mostrase completamente orgánico. Suavizó las formas pero en todo momento mantuvo presente una fuerte presencia de la geometría pura, estableciendo así una conexión con el pasado.
El inicio de “I, Robot” nos transporta de manera elocuente, gracias al siempre meticuloso trabajo del director Alex Proyas, a una ciudad llena de movimiento y prosperidad, en donde la robótica y la inteligencia artificial ha desplazado al hombre de sus labores básicas aumentando considerablemente la eficiencia de la sociedad. Los robots son utilizados para trabajos pesados y poco valorados por el hombre moderno, como limpieza pública, mensajería y trabajos domésticos, además de convertirse en fieles ayudantes en el día a día.
Dentro de la Chicago del futuro nos encontramos con una ciudad automática, reflejada sobre todo en los medios de transporte urbanos. Gigantescas autopistas atraviesan la ciudad por sobre el nivel del suelo en segundos y terceros niveles, mezclándose con líneas de tren bala que ofrecen al hombre un método eficiente y rápido de transporte. Todas ellas lucen limpias y seguras, y los problemas de embotellamiento son un recuerdo de un siglo que se anuncia prehistórico.
El proyecto “Distrito 9", del director Blomkamp, fue en el momento de su estreno toda una sensación, ya que aportaba una frescura tanto en su cinematografía como en la visión del género de la ciencia ficción, para mostrarnos una historia de alienígenas desde un punto de vista totalmente diferente. Aquí el villano no son ellos sino nosotros, y aunque el conflicto resulta nuevamente por un territorio, es palpable que la tecnología futurista y la misma presencia extraterrestre no es más que una excusa para presentar un retrato de la sociedad actual.
Steven Spielberg es un reconocido cineasta cuyo amplio trabajo siempre se ha caracterizado por mostrar un alto estándar de calidad, no siempre perfecto pero que le da a sus películas un contexto formidable donde la fantasía puede desenvolverse sin problemas y donde el espectador es verdaderamente transportado a un mundo que casi puede tocar con la punta de sus dedos.
Para Minority Report, tres años antes de su filmación, Steven reunió a un séquito de quince expertos de amplios ámbitos como la arquitectura, ciencia computacional y biomédica, para que imaginaran como sería el mundo en el futuro. Esto desembocó en la “biblia de 2054", una guía completa de ochenta páginas donde se detallaba el funcionamiento económico, social y tecnológico que más tarde se convertiría en el contexto fílmico de la cinta.
Ghost in the Shell fue un total éxito en el formato casero alrededor del mundo en la época de su estreno. Pese a no contar con un estreno en cine en el continente americano y europeo, su popularidad creció como la espuma debido al boca a boca, al grado que hoy es considerada como una obra maestra y película de culto, en gran parte por las generaciones jóvenes que quedaron maravilladas no solo por el deleite visual y por las escenas maravillosas de acción, sino por que abría un abanico de cuestionamientos filosóficos acerca del origen de nuestra propia existencia. ¿Qué es lo que determina nuestra humanidad?
El filme se ubica en un futuro próximo, donde el desarrollo de la tecnología ha alcanzado niveles insospechados, tanto en la vida diaria como en el avance militar del cual se hace despliegue con lujo de detalle. Sobre todo, el desarrollo de la Red juega un papel fundamental dentro del filme, gracias a la presencia de inteligencias artificiales sofisticadas y a la interconexión de todos los aspectos de la vida por esta. A pesar de todo esto, el desarrollo de la ciudad no es uniforme.
Paul Verhoeven tomaría al mundo del cine desprevenido en 1987, cuando detrás de una película de acción llena de violencia excesiva y un humor grotesco presentaba una critica socio-política, sobre temas tan actuales como los efectos negativos del capitalismo neoliberal, la corrupción, el narcotráfico y los peligros de la tecnología al caer en las manos incorrectas. Las escenas de acción, con una realización impecable, resultan para la película igual de vitales y refrescantes como los cortes informativos donde la sociedad es retratada como un ente que ha perdido el rumbo y se encuentra en total decadencia ética y económica.
La historia nos lleva hacia un futuro cercano -aún hoy vigente- en la ciudad de Detroit, la cual sufre una gran depresión económica y en donde los servicios públicos han caído en manos de toda poderosa corporación OCP, la cual controla la ciudad sin ningún reparo. La criminalidad se ha vuelto incontrolable en la ciudad y con gran poderío en armas de fuego supera con creces a la policía, quienes sin recursos, se vuelven carne de cañón ante el afán de la OCP de librar el camino para su gran utopía: Ciudad Delta.
Considerada como una obra de culto, “The Crow” es una cinta emblemática, cuyos elementos han servido de inspiración y han sido adoptados por una buena parte de cineastas posteriores. Enmarcada por la tragedia real de su protagonista, en cada aspecto emana melancólica, desesperanza y una sensación agobiante de las sombras en una ciudad donde nunca sale el sol.
La estética del film, se encuentra enmarcada dentro de una época de cambio social, donde los temores de la sociedad ya no vienen de agentes externos como la guerra o un desastre nuclear, sino de la misma naturaleza humana y su degradación dentro de las grandes ciudades. Aquí la distopía proviene de la autodestrucción de los modelos y las instituciones establecidas. Prevalece la delincuencia sobre la justicia, el abuso de las drogas sobre un empleo honesto y el modelo familiar se socaba, ante seres que buscan de manera egoísta la satisfacción de sus placeres antes que preocuparse sobre el paradero de sus hijos.
El tema de la pobreza ha sido abordado desde muchos puntos de vista a lo largo de la historia del cine. Muchas de estas visiones resultan edulcoradas y meramente un telón de fondo para una historia poco comprometida con dicha realidad. Pocas visiones resultan atrevidas, destacando quizás el trabajo de Fernando Meirelles con su maravillosa y gráfica en “Cidade de deus”, el principal comparativo con el cual suele encontrársele una similitud a la cinta de nuestro análisis.
Los directores de ambas películas se han expresado ante esta comparativa, ya que sus visiones resultan ser retratos de los mundos más bajos y miserables de la ciudad. Han reconocido similitud de enfoques, pero ambas obras poseen un carácter totalmente diferente. Una resulta un retrato fiel de una época determinada y la otra, una historia edulcorada de amor que narra, en el trasfondo, la evolución de una ciudad.
La representación de Gotham ha variado con el tiempo, casi tanto como la concepción misma de la ciudad utopía futura. En ella se ha querido ver representada una Nueva York, un Chicago o un Pittsburgh decadentes, sin embargo su esencia deviene más de las problemáticas universales de cualquier ciudad que ha perdido el control de si misma.
Así es como Gotham entra en crisis, incapaz de combatir a la criminalidad por medio de un sistema policial ineficiente y corrupto, donde el dinero vale más que la vida humana y en donde las industrias inundan el panorama de la ciudad, cubriendola de un aire espeso y contaminante, donde nunca brilla el sol y la gente vive aterrorizada.