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Arquitectos: Eraclis Papachristou Architects
- Área: 4700 m²
- Año: 2022
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Fotografías:Hufton+Crow
La bodega se posa sobre la ladera de la montaña.
La tradición vinícola en la isla de Chipre es sin duda una de las más largas del Mediterráneo. Los últimos restos arqueológicos demuestran que se remonta a hace más de 5000 años, desde que aparecieron los primeros asentamientos en la isla. Mucho ha cambiado desde entonces, pero el vino sigue siendo una constante importante. Una de las últimas incorporaciones a la lista es un conjunto encaramado sobre un promontorio, en el remoto pueblo de montaña de Kalopanayiotis. La bodega Lampadistís es un objeto deliberadamente pesado que ha venido a posarse en este lugar. Diseñado por la oficina de Eraclis Papachristou Architects, es algo a la vez simple, ceremonial y pesado.
La bodega Lampadistís sirve como ejemplo de cómo un concepto firme puede resultar en una solución arquitectónica completa.
En las laderas de este pueblo de montaña hay varias iglesias que mantienen la tradición de empinadas cubiertas de teja. Las iglesias del monasterio de San Juan Bautista, denominadas Lambadistís en este caso, proporcionan una variación del tema. No se trata de una iglesia sino de tres, unidas en fila y que perfilan tres notables cilindros que sobresalen de sus toscos muros de piedra. La cubierta sobre estos volúmenes parece flotar sobre el cuerpo principal de las iglesias como resultado del choque de geometrías. Este fue uno de los primeros sitios que el arquitecto visitó en el lugar, sabiendo ya que la bodega propuesta utilizaría el nombre y la referencia de la fusión específica de las tres iglesias. De manera casi natural, los tres cilindros se convirtieron en las tres fases de la producción de vino y sobre ellos se colocó un volumen que flota, a pesar de su peso aparente, de manera similar al original medieval.
Esto es parte del lenguaje que permite al edificio ubicarse en su contexto. Lo hace no solo a través de la geometría sino también de la escala, descansando con confianza sobre el promontorio escarpado en la ladera de la montaña. Es una declaración no solo de sí mismo sino sobre sí mismo. La naturaleza compleja de la estructura, que a menudo no llega a completarse, tiene el efecto de abrirse a su entorno en lugar de ser una conversación interior.
La maquinaria descansa debajo, el lenguaje industrial está revestido de unas paredes sólidas, gruesas y texturizadas. Sus intrincados detalles y sus superficies brillantes están contenidas por algo extremadamente sólido, un exoesqueleto de hormigón visto.
En contraposición a esto, el interior ofrece una experiencia mucho más cálida y compleja. El techo macizo, definido por unas contundentes geometrías que giran alrededor de los tres tambores centrales (donde se alojan las etapas de la producción de vino) está conformado con madera recuperada de un enorme incendio forestal que azotó la isla hace varios años.
De manera similar y en relación con la escala del lugar, la balaustrada que define gran parte de la planta principal reinterpreta el muro de piedra tradicionalmente empleado en el pueblo de más abajo. Las cuñas de teja que descansan sobre muros de granito han sido reinventadas y elaboran, a partir de un elemento simple de arcilla cocida, un patrón entrelazado de geometría abierta, sostenido por un marco abierto de metal y ambos crean una primera piel de protección solar.
Todos estos elementos se han ido congregando a lo largo de un camino, en una suerte de promenade architecturale que conduce desde los viñedos de la ladera de la montaña hasta el corazón mismo del proceso de producción del vino. Una primera explanada de acceso se estrecha hasta un puente peatonal que cuelga sobre la considerable pendiente del terreno y conduce al visitante al interior del edificio.
Una vez dentro, la percepción pesada de la cubierta se potencia a través del uso de pilares en ángulo en los cilindros de vidrio, elementos ligeros que parecerían incapaces de soportar el peso de arriba. La superficie de la planta principal, oscura y reflectante, es perforada por los pozos de los cilindros, los tres tambores que albergan respectivamente la preparación, la maduración y el consumo del vino.
Uno mira hacia abajo donde la maquinaria industrial reposa en el interior de los tambores y la escala, las proporciones de todo cambian. Lo que era estático y seguro ahora sugiere vigor y dinamismo, al menos eso sugiere la imagen. El descenso a ese nivel inferior carga la experiencia con una magia moderna.
Llegado el momento de partir, uno debe seguir adelante, pero la experiencia del lugar, la materialidad y las texturas tenderán a adherirse. Pedazos del edificio y su entorno se han ido posando durante el tránsito sensorial y con el tiempo, eventualmente, madurarán en la memoria.