Terminológicamente, un "paisaje inundado” podría ser visto como una contradicción. En una inundación, el agua se extiende por donde sea que la gravedad la lleve, cubriendo y ocultando la topografía original del sector con una manto oscuro, gris y uniforme. En ese sentido, las inundaciones son amorfas y pueden distorsionar o borrar temporalmente las formas y características del terreno visible, nada que pueda describirse como un paisaje o un escenario articulado y significativo.
Pero cuando los límites de una inundación dejan de estar definidos únicamente por la cantidad y la velocidad del agua y comienzan a intervenir otros aspectos como el relieve del terreno o estructuras cuidadosamente diseñadas y ubicadas as para influir y dar forma al "desastre", el resultado puede convertirse en un paisaje, física y culturalmente definido por la inundación.
En mi próximo libro, Floodscapes, exploro la relación histórica de la humanidad con los procesos de inundación, desde los antiguos y míticos desbordamientos y crecidas hasta el surgimiento de ciertas políticas medioambientales, incluyendo una selección de proyectos contemporáneos. Este último grupo comprende intervenciones como las actualmente llevadas a cabo en el Cantón del Valais (Suiza), el departamento francés de Isère, el estado alemán de Baviera, la provincia holandesa de Groningen, la región Río Inferior (Lower River) y el estuario del Rin-Mosa. Estos seis proyectos de adaptación y mitigación muestran que las estrategias antiguas para operar frente inundaciones pueden ser una fuente de inspiración, construyendo un puente sobre siglos de transformaciones técnicas y territoriales que han dejado nuestros ríos y costas fuertemente represados y encauzados. Desde la construcción de los primeros montículos artificiales en Frisia hasta el "desbordamiento" del Pólder de Overdiepse en el Brabante holandés han pasado más de 2.500 años, mientras que solo 500 años separan el primer desbordamiento de los rebosaderos de Blois de los champs d'inondation contrôlée (campos de inundación controlada) que se construyen actualmente en el valle del Isère.
El resurgimiento de estas técnicas históricas ha ampliado la variedad de herramientas con las que podemos intervenir el paisaje, fomentando, a la vez, las prácticas capaces de restablecer las relaciones equilibradas y dinámicas entre los hábitats humanos y las fluctuaciones naturales. Además, estas prácticas demuestran que la mitigación no implica necesariamente la creación de zonas verdes de amortiguación cerradas e improductivas: por el contrario, la experiencia milenaria ha demostrado que los paisajes flexibles y resistentes también podrían ofrecer entornos vitales productivos, siempre y cuando se diseñen y habiten de forma tal que permitan las continuas fluctuaciones naturales.
Siendo mucho más que una simple respuesta a los riesgos de las inundaciones, estos nuevos paisajes permiten recuperar y reincorporar los procesos naturales en el medio ambiente, considerándolos dentro del campo del diseño espacial. La creación de un espacio que hace hincapié en la fluctuación, en lugar de neutralizar todos sus efectos, significa un avance radical con respecto a la defensa coercitiva contra las inundaciones, una estrategia que ha convertido a la mayoría de los ríos europeos en canales de drenaje que ocultan los riesgos y los procesos de inundación detrás de diques cada vez más altos. Por otra parte, estos nuevos "paisajes elásticos" reintroducen el positivismo en entornos que han sido literalmente drenados por la explotación intensiva y petrificados por la urbanización. Ofrecen una muestra permanente de la variación natural, permitiendo que todos los ciudadanos puedan contemplar la experiencia del cambio, estimulando la observación, la preocupación y la anticipación. Quienes fueron testigos de los episodios de inundación a lo largo de los ríos Isar, Mosa, Ródano, Rin o Isère, ahora son capaces de comprender los cambios estacionales de los ríos, que afectan y protegen su entorno cotidiano y dan significado y presencia al término "llanura de inundación". Los paisajes de inundación sirven como controles de la realidad más eficientemente que las campañas de comunicación, las noticias dramatizadas o la ficción apocalíptica. A este respecto, las planicies de inundación no sólo mitigan los efectos directos de la inundación, sino que, al hacerla visible, tangible y aceptable, también ayudan a fomentar una mayor capacidad de recuperación de las personas, las comunidades y los territorios, haciéndolos ambientalmente más saludables.
La evacuación ya no es un tabú. En el Valle del Ródano (Suiza), la capital del Cantón informa a sus habitantes sobre la ubicación de los refugios secos más cercanos a los que se pueden llegar en caso de alerta de ruptura de una presa. Algunos municipios holandeses están elaborando estrategias de gestión de desastres y, desde 2015, la Cruz Roja local ha participado en ejercicios de rescate en caso de inundación utilizando una red de voluntarios civiles. En caso de crecidas, el municipio de Munich ha establecido un plan de acción de siete etapas para proteger a la población que vive a lo largo del Isar. Numerosos ejemplos muestran que la adaptación de los espacios y las mentalidades van de la mano, siguiendo una dirección que coloca a la autoorganización de los ciudadanos y sus deseos en cuanto a la accesibilidad y el uso público de las aguas fluviales en primer plano.
Como antes lo eran las enormes represas, los paisajes de inundación de hoy son la expresión de una nueva cosmogonía. Este nuevo modelo considera que una lógica de cohabitación negociada con los procesos naturales sustituye a las viejas narrativas de lucha heroica, conquista hipotética y seguridad absoluta. Navegando entre la movilización y un discurso tranquilizador, la comunicación oficial y las políticas actuales deben crear un espacio para la anticipación, la adaptación y la mitigación, en lugar de celebrar la ambición o una seguridad pseudo-permanente. En lugar de un ardor combativo, se requiere un cuidado cauteloso y ajustes medidos para adaptar nuestras costas y ríos. La tecnología, en particular la hidroingeniería, ya no se percibe como el remedio final contra las amenazas naturales, sino más bien como un ingrediente del delicado equilibrio que hay que encontrar, en cada situación concreta, entre las fluctuaciones naturales y las necesidades humanas. Desde esta perspectiva, los paisajes de inundación son un logro colectivo: Requieren un consenso en cuanto a la redistribución de los riesgos, y un esfuerzo conjunto y duradero en cuanto a la inversión, el diseño y el cuidado. Son también el éxito compartido de instituciones supranacionales, nacionales y locales, capaces de articular las diversas escalas de reflexión e intervención.
La transformación de los paisajes fluviales es una empresa muy específica, desde el punto de vista histórico, geográfico y cultural, y sigue dependiendo de los altibajos económicos y políticos. Sin embargo, la labor pionera realizada en los últimos 20 años puede estudiarse y compararse para reflexionar sobre el modus operandi que ha llevado a transformaciones exitosas. Permiten elaborar estrategias de adaptación combinadas y consensuadas, y alientan a los interesados y a los arquitectos de la planificación regional a desempeñar un papel activo en esta empresa histórica. A juzgar por los primeros paisajes transformados desde el cambio de milenio, que ahora son motivo de curiosidad y orgullo, todos los agentes pertinentes de los territorios en cuestión están dispuestos a desempeñar un papel activo en este giro histórico. Hay razones para creer que en los próximos decenios surgirán muchos más paisajes de inundación, como medidas de adaptación necesarias y como respuestas positivas y flexibles a un futuro incierto.
Este artículo fue publicado originalmente en Metropolismag.com.