La resolución principal de la pandemia del coronavirus COVID-19 se convirtió para la mayoría de los países en la disposición de medidas de cuarentena: aislar estrictamente a personas de una enfermedad, durante un período de tiempo no especifico. El resultado, espacios públicos y privados cerrados que a la par de evitar nuevos contagios y lamentables muertes incrementaron la incertidumbre en la economía mundial bajo la pregunta ¿cómo vamos a trabajar? - traduciéndose para muchos en cómo vamos a comer.
Los empleos formales con posibilidades de teletrabajo o trabajo en internet citaron a realizar "home office" en escala masiva, ya replanteando desde un principio cualquier pronóstico del futuro del transporte público y la movilidad; hay muchos impresionados de cómo la restricción de circulación provocó una confusa disminución general de la contaminación en las ciudades (y aumentó el tiempo ocioso para el entretenimiento con un buen libro, museos ahora virtuales o documentales en Netflix). Algo similar tuvo lugar desde la academia, el llamado a tener clases online puso a reflexionar a muchos estudiantes y profesores sobre las ventajas y desventajas de la presencia física en la universidad - cuestionando más que nada el acceso público a la educación en internet frente a no tener costos sobre una infraestructura de edificios para la educación. Las empresas que van al día con el comercio electrónico y los servicios de distribución deben estar pensando bastante en este momento - los robots y drones autónomos para fabricación y delivery deben estar en la punta de la lengua.
Los constructores y conductores, entre muchos otros trabajadores presenciales, todavía se encuentran fuera de la misma "suerte", y para muchos no trabajar un día es no tener comida. Eso es un problema explicado muy bien por Martín Caparrós en su libro El Hambre: "conocemos el hambre, estamos acostumbrados al hambre, sentimos hambre dos, tres veces al día. No hay nada más frecuente, más constante, en nuestras vidas que el hambre y, al mismo tiempo, para muchos de nosotros, nada más lejano que el hambre verdadero".
En este contexto actual de trabajos exclusivamente presenciales, o en situaciones de subempleo o informalidad, la realidad está siendo distinta, incierta de protección social, quizás anunciando anticipadamente o incrementando la posibilidad de la visión del Foro Económico Mundial, que calculaba años atrás que entre 2015 y 2020 se perderán 7,1 millones de empleos en todo el mundo, a medida que "la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología y otros factores socioeconómicos reemplacen la necesidad de empleados humanos". Pareciera ser que las enfermedades han entrado como un factor importante a la hora de determinar el trabajo y la movilidad de las personas en las ciudades - y la historia lo evidencia.
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¿Afectará la automatización a los arquitectos?
La peste negra que afectó Eurasia en el siglo XIV causando el fallecimiento de un estimado de la tercera parte de Europa, dejo también el saldo de una repentina escasez de mano de obra. Motivo que muchos señalaron como el motor para la innovación posterior que daría inicio al Renacimiento y todas las nuevas herramientas, tecnologías y estrategias urbanas que le procedieron. Desde el invento de la imprenta y cómo nos relacionamos en las ciudades dejando de ser necesaria la presencia corporal, hasta la búsqueda de una ciudad diferente a la medieval que cumplieran condiciones de ventilación e iluminación. Luego se desarrollaría aún más con el movimiento higienista en la lucha contra la propagación de la tuberculosis en París, al punto de determinar científicamente el volumen de los espacios de trabajo y estudio para optimizar la oxigenación y horas de sol. Mucha de la arquitectura y el urbanismo que vemos hoy en día, toma forma de buscar esa salud, higiene y confort. Muchas de las formas en que trabajamos y nos movilizamos hoy en día son su resultado.
La preocupación que aparece a futuro sobre las ciudades y el crecimiento de la población estimado para las próximas décadas no es asunto menor - especialmente en cómo será esto del trabajo y la movilidad (recordamos lo pertinente del tema ¿Cómo viviremos juntos? de la Bienal de Venecia 2020, ahora reagendada por el Coronavirus). No solo seremos casi 10 mil millones de personas en todo el mundo para el 2050, sino que gran parte de ellas vivirá en las ciudades. El riesgo de pandemia seguirán existiendo presente. ¿Cómo enfrentaremos este desafío en la "era" de la digitalización y la automatización?
Las nuevas innovaciones, los nuevos materiales y nuevas tecnologías, están cada día más al servicio de todas las personas, redefiniendo la distribución de productos y el trabajo. Los muebles 'open source' para descargar, imprimir y construir online. Los 'robots albañiles' que están cambiando las reglas de la construcción. La consolidación de la edad de oro de la impresión 3D. ¿Estaremos a sólo un paso de la fabricación y construcción sin humanos?
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Yuval Noah Harari se pregunta en De animales a dioses, sobre el “mayor fraude de la historia", si somos más felices ahora que antes de la revolución agrícola -que llevo a la científica e industrial- o si caímos en la trampa del lujo. “Nadie planeó la revolución agrícola ni buscó la dependencia humana del cultivo de cereales. Una serie de decisiones triviales, dirigidas principalmente a llenar unos pocos estómagos y a obtener un poco de seguridad, tuvieron el efecto acumulativo de obligar a los antiguos cazadores-recolectores a pasar sus días acarreando barreños de agua bajo un sol de justicia”. Es momento de pensar dónde destinamos nuestras energías como humanos y replantear cuáles son los trabajos que hacemos, que nos hace más felices, y las ciudades que lo admitan.
Mientras tanto, ¿una pandemia es lo que está acelerando la digitalización y automatización de nuestras ciudades?
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