- Área: 300 m²
- Año: 2019
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Fotografías:Erieta Attali, William Rojas
Descripción enviada por el equipo del proyecto. Buenas casas son artefactos confeccionados en igual medida para organizar el suelo, como para distanciar a sus habitantes—lo más posible—de él. Esto siempre ha sido así en Chile. Desde tiempos de la colonia, la Casa Chilena es la prueba edificada de dicha doble condición, encarnando una variación tipológica de una casa patio. La Casa Chilena solía organizar el territorio basado en la producción agrícola, pero del mismo modo, articulaba una específica vida doméstica distanciada de ella.
Organizaba de manera cíclica y circular—en torno a sus patios y galerías—la vida doméstica, en forma paralela al tiempo cíclico y circular que regía la producción agrícola. Desde la segunda mitad del siglo 19, esta tipología fue desapareciendo, no a causa de la obsolescencia espacial que proponía, si no más bien como consecuencia del desvanecimiento del tipo de vida y suelo que solía organizar.
Frente a un tipo de vida—y suelo—distintos, Casa I se ubica en un sitio previamente suburbano dividido recientemente en tres porciones menores. Este modesto proceso de densificación ejemplifica cómo una configuración urbana se expande hacia las afueras de la ciudad de Santiago, colonizando tierras que anteriormente fueran estrictamente suburbanas. Reduciendo la huella de la casa a una crujía mínima de 4.8 metros, ésta se ubica al centro del lote de 20 por 40 metros, subdividiéndolo en una serie de patios diferenciados entre sí.
Cada recinto interior de la casa está conectado—al menos—con dos patios, que a su vez son tratados como interiores mediante la construcción de mobiliario y la posición de la vegetación. Negociando la diferencia entre la estructura irregular del sitio y la geometría regular propuesta por la casa, la línea de cerramiento fue ubicada un par de metros retranqueada de la línea oficial, provocando que un patio amurallado le de literalmente un codazo a la monotonía que define la vereda.
Esquivando el descampado que propone la ciudad jardín en estos sectores de la ciudad—promoviendo rejas altas y antejardines repletos de feca de perros rabiosos—la fachada pública de esta casa se transforma en un patio enclaustrado, acercando la vida existente de forma inherente hasta la calle.
Un calibrado sistema de puertas correderas y pivotantes orquestan la vida al interior de la casa. En el abrir y cerrar, éstas permiten variadas formas de conexión y desconexión entre recintos interiores—y entre éstos y los espacios exteriores que la planta propone. Como dispositivos de mediación, las puertas en esta casa ayudan a sobrepasar dos tipos genéricos de organización espacial: el corredor y la planta libre.
En este caso, las puertas posibilitan la subdivisión y separación pero también la flexibilidad y la contaminación simultánea entre las diversas partes del programa doméstico. La cocina, los estares y el comedor, y los patios pueden ser combinados en un solo gran recinto, o pueden ser diferenciados y subdivididos dependiendo del clima, la temporada, o de cualquier imprevisto producto de la imperfección usual de la vida doméstica.
Las superficies interiores del volumen suspendido están definidas por un tejido de diferentes colores y texturas de madera, creando una repetición incesante de elementos constructivos que cubren cielos, suelos y muros. Un manto de hormigón prefabricado negro de 5 centímetros de espesor cubre el exterior de la casa, como si de una mortaja se tratara, dejando la expresión hacia la calle completamente opaca. Al igual que la casa que Des Esseintes se diseñara a sí mismo, la diversión permanece recluida en el interior.