Desde el punto de vista del turista francés, de la narrativa del filósofo Jean Paul Sartre, o como punto de partida de las embestidas desbravadoras de Marco Polo en sus Viajes, la ciudad de Venecia forma parte de un inconmensurable repertorio literario global, ocupando el lugar de un objeto misterioso y bello que invita a cualquiera a querer experimentarla. En ella figuran los libros de artes e historia, cuando el foco está en las grandes obras de arquitectura y artes visuales que la ciudad lleva, o cuando hay interés en las divergentes y legendarias narrativas que se refieren a su origen. En los libros de ficción, la calma áurea de sus canales, las pequeñas callejuelas, los colores y texturas de su paisaje son el fondo para un escenario de historias imaginadas.
Sin embargo, Venecia es una ciudad que no se revela de inmediato a una mirada desatenta de paso. Contrariamente de lo sugiere el alto flujo de turismo de corta permanencia que recorre el perímetro de la Plaza de San Marco en pocas horas y posa para una foto con la vista del Puente del Rialto, se trata de una ciudad con innumerables situaciones de interés, edificios y colecciones artísticas impresionantes, una población local resistente, tradiciones que buscan su espacio de reafirmación, y una historia que habla de una verdadera obra técnica, es decir, construir una ciudad sobre el agua es un hecho que abre otra sección en las bibliotecas: ingeniería.
El relato preciso de esta historia retoma el contexto del territorio que hoy conocemos como Italia en el siglo V. En medio de la constante amenaza de las guerras de expansión que ponían en riesgo el norte de ese territorio, la población se vio coaccionada a encontrar un nuevo lugar para la fundación de una ciudad que pudiera garantizar aislamiento y seguridad con relación a este escenario. Del este, venía Atila con su ejército de hunos en la obra de tomar Europa Central. Cien años más tarde, la presión seguía impuesta por los pueblos eslavos y lombardos que tomaban dirección hacia el norte. Fue ese contexto de verdadero cerco territorial que justificó la elección por un lugar tan inhóspito y aparentemente imposible de ocupar.
La laguna situada entre la tierra firme y el Mar Adriático parecía representar un espacio seguro, que difícilmente sería accedido por el invasor. Sin embargo, fundar una ciudad representaba un desafío enorme en una región pantanosa con muy pocas áreas secas, completamente tomadas por el agua y sus dinámicas propias. En aquel momento, sin duda, el agua era el problema a enfrentar, el mayor obstáculo para la consolidación de cualquier ocupación. Para ello, recurriendo a técnicas de antiguos productores de sal, los primeros involucrados con la fundación de la ciudad elegían porciones de tierra seca sobre el agua (pequeñas islotes) próximas unas a otras y, en su perímetro común, delimitaban cuadrantes con estacas de madera colocadas muy rentes entre sí. Esta técnica de recuperación de tierra permitía secar las áreas demarcadas en el pantano a partir de la excavación de canales que permitían el flujo del agua, estableciendo así las condiciones mínimas para la construcción.
Con su superficie drenada, el área seca se nivelaba con la tierra para obtener un islote que podría albergar, por ejemplo, casas. El desarrollo de estas pequeñas unidades territoriales aisladas fue un proceso que llevó algunos siglos de trabajo y perfeccionamiento técnico hasta que en el siglo XV el conjunto se había convertido en un archipiélago de unos 120 km², compuesto por 117 islotes cortados por los 400 km de canales. De un espacio de resistencia temporal, Venecia se había convertido en una ciudad permanente. Cada uno de esos islotes se organizaba con un referencial tradicional de la edad media, con una iglesia y plaza central rodeadas por casas.
El nuevo gran desafío se refería a la fundación de esos edificios que, una vez más, necesitaban confrontarse con la presencia del agua como una constante. La solución adoptada fue la de fundación con pilares de madera, de forma que, un conjunto de piezas distribuidas en toda la extensión del área a ocupar llenaba el terreno y entraba en contacto con la capa rígida de suelo de piedra debajo del agua, en el fondo del canal, que tiene en promedio 5 metros de profundidad. La presencia del barro en las profundidades generaba una reacción química con la madera y, aislando la misma del contacto con el oxígeno, fosilizaba las piezas, creando una base impermeable y resistente para la edificación. Con respecto a esta estrategia, es acertado imaginar que Venecia, si se viera boca abajo, parecería un denso bosque de pilares de madera en toda su extensión construida.
Una vez establecida la primera capa, en la parte superior de estas piezas se sentaba una capa doble de tablas de madera para nivelar el suelo y distribuir el peso del futuro edificio. Por encima de eso, como un afloramiento de la fundación, se colocaban algunas capas de piedra ígia, originaria de la región, que contribuía siendo más una capa de impermeabilización, protegiendo el edificio contra infiltraciones por la variación del nivel del agua en los canales. A partir de ahí, el desarrollo vertical de las construcciones era en la mayoría de los casos hecho en ladrillo, material predominante del paisaje veneciano hasta hoy.
Una vez más dominada, el agua deja entonces de ser un obstáculo para el establecimiento de la ciudad y pasa a ser un elemento fundamental para el mantenimiento de su funcionamiento, ya que se vuelve responsable de la limpieza del espacio construido gracias a las dinámicas de las mareas del Adriático que renuevan el cuerpo de agua dos veces al día.
Esta obra de ingeniería que rindió a los venecianos la transformación de un pantano en un ejemplar único de arquitectura llevó algunos siglos, y evidentemente la historia de la ciudad se confunde con las posibilidades y estrategias encontradas para lidiar con el ambiente natural en que se encuentra y su elemento de presencia más fuerte, el agua, que de vez en cuando se plantea como cuestión a ser enfrentada. Hoy en día no es diferente. Más un capítulo de esa relación aparece como problema para el mantenimiento del espacio construido de la ciudad que, cerca de 100 veces al año, necesita lidiar con la ocurrencia de la acqua alta.
Se trata del fenómeno de movimiento de aguas del Adriático que, a partir de una combinación de factores como la dinámica de las mareas y el viento que sopla hacia la laguna, arrastra un volumen de agua considerable de los canales hacia dentro de la tierra seca. Esta presencia agresiva del agua, y más que eso, de la sal, es el principal factor de degradación de los edificios antiguos presentes en la ciudad, que actualmente buscan en la tecnología y en el desarrollo de la química respuestas para contener los efectos devastadores que se manifiestan en las paredes venecianas. Y no sólo el aspecto físico y químico de la presencia del agua ha significado una cuestión para la ciudad actualmente; desde el punto de vista político, uno de los grandes embates colocados en pauta por la población nativa, se refiere al permiso concedido por el Estado para el tránsito de grandes buques por la laguna acarreando una serie de daños ambientales y acelerando procesos de degradación del espacio habitado de Venecia.
Esta breve narrativa de la historia de una ciudad que, al mismo tiempo, tiene una relación de conflicto y dependencia con el agua muestra que Venecia es un caso de interés que trasciende una dimensión romantizada de ese famoso destino turístico. Se trata de una historia de la técnica, de la estrategia, de la resistencia, un ejemplo potencializado del antagonismo naturaleza y cultura ocupando un espacio común. La historia de un lugar que coloca a sus visitantes y habitantes sobre un territorio construido, forjado por el hombre y ocupado por él en una constante necesidad de domar la naturaleza. La historia de una ciudad frente al agua, y todo lo que esto puede significar.