Mark Wigley asevera que los arquitectos, más que constructores son habladores. "Los arquitectos no hacen objetos sólidos. Ellos hacen discursos sobre los objetos", plantea Wigley en “Typographic Intelligence” (2002). Esto toma particular relevancia si lo vinculamos con la propuesta de discurso del filósofo Michel Foucault, quien plantea en "El orden del discurso" que estos consisten en una serie de enunciados o planteamientos que comunican una cierta idea y que definen todo lo que puede ser dicho sobre un tema a partir de la conformación de una forma particular de entender la realidad.
Los discursos entonces no son solo un glosario particular de palabras, pues más bien abarcan los significados o ideologías planteados por medio de éstas. Dicho esto, quiero hacer alusión a que la arquitectura puede ser entendida como una disciplina en la cual operan un conjunto de discursos administrados por un organismo de control que valida constantemente cuáles de estos generan arquitectura y cuáles no. Y si nos referimos a los discursos que pueden operan en la arquitectura, encontraremos que varios podrían ocuparse paralelamente y justificándose unos a otros, mientras que otros se ignorarían y excluirían —conformando enunciados de verdad diferentes—. Incluso pueden existir estrategias discursivas aparentemente extintas debido a su desuso u ocultación intencionada.
En este sentido, siguiendo los planteamientos de Wigley, quisiera que prestáramos más atención a los discursos que se presentan a través de las obras que a las particularidades formales, espaciales o materiales de éstas. Por esta razón, al presentar ejemplos durante la ponencia detectarán que intentaré que las fotografías de las obras sean opacadas por lo que se dice sobre ellas.
Es de dominio público el auge que ha tenido la arquitectura realizada en Chile a partir de los años 90, siendo gran parte de las obras destacadas aquellas referidas a segundas viviendas o casas de temporada en zonas suburbanas o rurales del país. Un simple ejemplo de esto es que tanto en publicaciones nacionales —Casas de temporada (2003). Ediciones ARQ— como internacionales —Chile - Deep South (2006). a+u 2006:07— la selección de obras presentadas como representativas de la arquitectura “chilena” correspondía en su mayoría a este tipo de proyectos.
Igualmente, no es novedad subrayar, como lo hizo Juan Pablo Corvalán en “Un comentario: ¿Cuál arquitectura chilena?" (2011) que la gran mayoría de estos proyectos son encargados o benefician específicamente a los sectores A, B, C1 y C2 de la sociedad, los cuales representan solo aproximadamente al 30% de la población del país. Esto nos lleva a relacionar el desarrollo de este tipo de proyectos con la capacidad de respaldo de recursos económicos. Sin embargo, limitarnos a los recursos económicos como la principal condicionante para que estos proyectos puedan llevarse a cabo evita identificar y discutir acerca de, al menos, otra coyuntura particular que considero igual, e incluso más primordial. Manfredo Tafuri plantea en "La arquitectura del humanismo" (1978):
A lo largo de nuestro discurso, por tanto, no hacemos más que recordar la fase inicial de ese ciclo unitario, leyendo la evolución desde Brunelleschi hasta los primeros años del 600 como el momento en el que una «pseudoclase» de intelectuales —los artistas— se autodefine como vanguardia ideológica de las clases en el poder, y ofrece, mediándolas con el historicismo clasicista, normas racionales y universales de comportamiento
Como identifica Tafuri en el caso de la arquitectura del quattrocento, lo que permitió la realización de obras paradigmáticas como el Palazzo Medici, el Palazzo Ducale de Urbino o la Cappella dei Pazzi no fue únicamente la capacidad económica de los mecenas que las encargaron, sino la coincidencia de la agenda de esta nueva burguesía con la revalorización de los cánones clásicos que pregonaban los artistas de la época.
En este sentido, me parece relevante destacar en el caso que nos atañe el hecho de que los arquitectos responsables de estas viviendas ubicadas en parajes apartados hayan logrado vincularse con clientes que, más allá de contar con los recursos que permitieran la experimentación con emplazamientos, formas y materiales no tradicionales, pudieran permitir desarrollar en las obras aquellos discursos que cada uno de ellos estaba interesado en estudiar.
Es así como, por ejemplo, gracias al casi autoencargo a partir del cual Mathías Klotz diseña una casa para su madre en 1991 —unos de los proyectos iniciadores de la generación de los años 90— es posible que Klotz realizara el ejercicio compositivo de diseñar una pequeña vivienda de dos niveles a partir de la sustracción de volúmenes de un cubo monomaterial de estructura de madera; mientras las Casa de Cobre 1 y 2 (1996-2004) permiten a Smiljan Radic experimentar sobre las capacidades del cobre como revestimiento a partir de las tradiciones constructivas del sur de Chile; o a partir de la Casa Poli realizada por Mauricio Pezo y Sofía von Ellrichshausen en conjunto con los artistas Rosemarie Prim y Eduardo Meissner, quienes plantean la conformación de experiencias tanto al exterior como al interior de la casa y la combinación espacial del programa de una vivienda de verano y una residencia artística.
Es decir, más allá del valor formal, espacial o material que pueden tener estas obras, lo que considero relevante es que son construcciones en las que los arquitectos pudieron poner a prueba ideas, inquietudes, planteamientos, es decir, discursos, independiente del hecho de que estemos o no de acuerdo con ellos. Es por esta capacidad de generar debate que estas obras, entre muchas otras, han logrado destacar en la escena contemporánea tanto a nivel nacional como regional. Spiro Kostof plantea en "Historia de la Arquitectura 2" (1988):
El interés de Alberti se centraba en la arquitectura como componente del nuevo saber. Escribió no tanto como un práctico hablando a otros prácticos del oficio, sino más bien como un humanista explicando a la gente rica e importante de su día, la exaltada profesión de la arquitectura y el lugar que ocupaba en la vida pública. Era la única clase de patronos que merecía la pena cultivar. «Yo os diría, si es posible», advierte a los futuros arquitectos, «que no os preocuparais más que por las personas del más alto rango y calidad, y también por aquellos que son los verdaderos amantes de las artes, porque vuestro trabajo pierde su dignidad al ser hecho para personas mezquinas». Estos patronos no eran solo mejores jueces del gusto, sino que también podían permitirse los mejores materiales. Alberti prefería que fueran buenas gentes
Sin embargo, pareciera que históricamente este tipo de coincidencias solo son posibles con aquellos mecenas —clientes— “del más alto rango y calidad” y “verdaderos amantes de las artes”, condición que se podría ver reflejada en el caso de Chile a partir de los ejemplos citados anteriormente.
T25 Arquitectos me ha solicitado presentar algunos referentes fuera del territorio nacional de proyectos de vivienda para clase media. Al hacer una sucinta revisión panorámica de la escena arquitectónica contemporánea en otros países de la región —los cuales cuentan con contextos políticos, sociales, económicos y culturales particulares y diferentes a los de Chile— podemos identificar que no solo las características formales o materiales que definen las obras son otras, también lo son los discursos que se presentan a través de ellas.
Centrándonos nuevamente en el caso de la vivienda, ya no es tan recurrente la aparición de viviendas suburbanas en publicaciones, en su lugar proyectos de ampliación, remodelación o construcción de viviendas en barrios centrales de las ciudades forman parte del repertorio de obras presentadas. Siendo evidente que muchos de estos proyectos son desarrollados para clientes de clase media —e incluso baja—, destaca en el hecho de que los arquitectos igualmente han logrado generar la posibilidad de que estas obras, sin aparentemente desatender a las necesidades y recursos acotados que las pueden condicionar, proyecten cierta variedad discursiva dependiendo del autor de las mismas.
Es así como, por ejemplo, se experimenta con las posibles combinaciones de distintas unidades de vivienda y espacios residenciales tanto en vertical como en horizontal en barrios pericéntricos de Buenos Aires y Bogotá en los proyectos Edificio Once de Adamo Faiden y en la Casa Laverde de Antonio Yemail, respectivamente; se reflexiona sobre la capacidad de crecimiento de viviendas unifamiliares en fraccionamientos de clase media incorporando materiales “sustentables” a partir del proyecto "Un cuarto más" realizado por Rozana Montiel en las afueras de Cuernavaca y de la Casa en Villa Matilde de Terra y Tuma Arquitectos en una favela de São Paulo; o, en el caso de Chile, Alejandro Soffia desarrolla diseños a partir de materiales no tradicionales para abaratar los costos de la construcción de ampliaciones o anexos de viviendas como en Cabaña en Policarbonato.
No nos incumbe hacer juicios de valor en los ejemplos mencionados, pero no podemos dejar pasar el hecho de que la diferencia discursiva que se pueden detectar entre ellos deja en evidencia al menos una cosa: los discursos ocupados —implícita o explícitamente— en cada uno de los países son justamente la herramienta que tanto los arquitectos autores de las obras como los críticos utilizan para valorar las obras de ese determinado contexto. Independientemente entonces de la apreciación que podamos tener sobre estas obras, esta breve selección solo busca poner nuevamente en evidencia como a partir de encargos provenientes de la clase media es también posible vincular la agenda de los arquitectos con las necesidades de los clientes.
Sin embargo, lo que es elocuente en estos ejemplos es que las ideas planteadas parecen limitarse únicamente a una experimentación con materiales de bajo costo o a ejercicios compositivos de distribución de espacios o programas dentro de volúmenes contenedores. Esto llevaría a cuestionarnos: ¿son estos son los únicos discursos disciplinares que permiten ponerse a prueba bajo este tipo de encargos? E indiferentemente de esto, ¿por qué en el caso de Chile los arquitectos que realizan este tipo de encargos no los ocupan como medios para propiciar el debate en la disciplina?
Sin hacer una investigación a fondo al respecto, pareciera que, o no ha sido la intención de los arquitectos de este tipo de proyectos plantear discursos en las obras, o si lo han intentado han quedado opacados por otros discursos —la experiencia, el lugar, la materialidad— que dominan la escena local.
Frente a la pregunta principal —¿existe la arquitectura en la clase media?— me atrevería a responder sin vacilar que sí, siempre y cuando sean planteados discursos a través de los proyectos. En este sentido, me parece más relevante cuestionarse justamente sobre de la interrogante que se generaría a continuación: ¿cuáles serían entonces los discursos de la arquitectura en la clase media en el caso de Chile? ¿Los mismos que ya han instaurado las casas en el paisaje, aquellos referidos a la eficiencia de espacios y materiales, u otros ajustados a las particularidades que estos encargos ofrecen en el contexto local? Esto, considero, es algo primordial que no debe perderse de vista ni en el desarrollo del workshop ni en la investigación @encargoscomunes de TALLER25.
Este artículo está basado en la presentación realizada por Óscar Aceves en la sesión pública del workshop des_VINCULADOS, llevado a cabo entre el 13 y el 24 de abril de 2018 en Santiago, Chile. Puedes revisar el especial editorial de ArchDaily en Español sobre este workshop en este enlace.