El susurro de la tierra en Siwa, un oasis egipcio

Todo Egipto 'faranóico' y turístico está plagado de intensidad, todo está en venta y todo es regateable. Llegar al oasis de Siwa es literalmente llegar a un oasis: el calor es infernal y en promedio en esta época del año —Agosto— la temperatura llega a 50°C pero se equilibra con la frescura de su gente, té, tabaco y túnicas blancas. Acá no existe el regateo y el tiempo camina paso a paso sin sobresaltos ni apuros. Existe mucho que visitar, sin embargo no hay presión, pues los lugares simplemente están ahí, y son vividos, tanto así que uno puede pasar la noche en la Vieja Siwa —ruinas de la antigua ciudad— sin peligro ni apremio, bajo la luna y acompañado por el frescor de la altura, de la noche y la brisa (al azif) del desierto y en verano.

Cuenta la historia que Alejandro Magno visitó el Oráculo de Siwa para reafirmarse como Faraón antes de emprender su campaña en Persia y después fundar Alejandría. Una leyenda, transmitida por el historiador griego Heródoto, narra que el rey Cambises II de Persia (524 a. C.) envió un ejército de 50.000 soldados para atacar a la población del oasis, pero desapareció en medio de las arenas del desierto dejando solo un susurro, al azif.

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© Enrique Villacís

Antes de empezar este escrito, Nicolás Valencia me preguntó “¿Y cómo terminaste ahí?”. La verdad es que solamente había escuchado del lugar porque se contaba que sus fuentes de agua termal eran la escapada favorita de Cleopatra e historias sobre su Oráculo. Sin embargo, la motivación fue un poco más visceral: trataba de encontrar un lugar que se encontrara fuera del circuito turístico convencional de Egipto. Cuando le comenté a Nasser —mi contacto y amigo en El Cairo— que deseaba visitar Siwa, su respuesta llena de extrañeza fue: “¿por qué? Allá no hay nada más que desierto, además está lejísimos”. “Por eso mismo”, le contesté convencido, pero mi respuesta estaba llena de incertidumbre.

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Siwa está ubicada en el oeste de Egipto, entre la depresión de Qattara y el denominado Mar de Arena egipcio (Sea Sand), en el desierto de Libia, a unos 50 kilómetros al este de la frontera con Libia. Es tan cercano y difuso este límite que cuando uno se dispone a explorar el desierto se debe tener un permiso especial, pues dado lo extenso y desorientador en cualquier momento puedes estar cruzando esa delicada frontera.

Se trata de una de las regiones más aisladas de Egipto, con cerca de 23.000 habitantes que en su mayoría mantienen la lengua bereber o tamazight propia, llamada siwi o tasiwit, siendo el enclave berberófono más oriental del mundo, muy alejado de las principales áreas lingüísticas bereberes, que se encuentran en el Magreb. Casi toda su población se dedica a la agricultura, el cultivo de dátiles y aceitunas. Antes de la revuelta del 2011, previo a la Primavera Árabe, existía algo de turismo en Siwa, pero ahora nadie la visita. De hecho, fui el primer visitante extranjero en los últimos meses y según me comentaron, el primer visitante de Ecuador.

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Llegar desde El Cairo toma más de diez horas en transporte público: es un bus que cruza el desierto casi en línea recta, con un par de paradas. El viaje se hace de noche para evitar el calor del desierto. Con suerte, el autobús tiene aire acondicionado, pero de todas formas el aire salino del desierto siempre se filtra; más de alguna vez desperté con la boca totalmente seca y salina. Después de unos cuatro registros militares en este viaje en línea recta finalmente el oasis se deja ver más allá del espejismo.

El estudio fotográfico que acompaña esta crónica está enfocado en la Vieja Siwa. Al entrar a la vieja y desolada ciudad, siento muy propias las palabras del saludo musulmán: "As-Salaam-Alaikum" que tan bien representa al mundo árabe y significa “que la paz esté contigo”. Hilando más fino, Mohamed Zait, un lugareño, me comentó que en realidad quiere decir: “en paz vengo y en paz me voy”. Así, solo, deambulo por la ciudad, con cuidado, con pausa, sin regatear ni escatimar ningún paso.

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Al Azif —singing sand— es la arena que canta o el canto de la arena, como ese sonido nocturno hecho por insectos, descrito por Lovecraft. Nunca pensé que estaría tan cerca de esa misma sensación al caminar por la desolada y al mismo tiempo acogedora Vieja Siwa.

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La antigua fortaleza medieval de Siwa —Old Siwa— fue construida en el siglo XIII con kershef, ladrillos de tierra gedrosa, sal y yeso provenientes de las minas de sal cercanas, y madera de palma local, conocida como Shali Ghali. Aunque fue abandonada y devastada por las lluvias torrenciales de 1926, la fortaleza destaca como elemento prominente y se eleva delicadamente sobre un montículo a lado de la ciudad moderna. Posterior a las lluvias las personas comenzaron a reconstruir sus nuevas casas tomando la palma estructural de las edificaciones, lo cual terminó debilitando la totalidad de la estructura de Siwa. Toda Siwa era una sola construcción, como una especie de panal o nido: todas las viviendas dependían de la vecindad para su soporte, fue así que su colapso y abandono fue un efecto dominó.

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En la actualidad, Siwa está en su mayoría construida con ladrillo de cantera, una ladrillo blanco que ya viene cortado proveniente de canteras cercanas. Sin embargo, los viejos habitantes y los más consientes prefieren siempre la tierra para sus construcciones, pues la consideran más fresca para el calor intenso, e incluso cubren de lodo las paredes del ladrillo blanco para refrescar sus viviendas.

Deambular por las callejuelas de Siwa es un interminable descubrir, y más aún cuando uno se encuentra inesperadamente con la morada de alguna familia que aún reside allí o un perrito que encontró su sombra ideal para la mañana. Cada curva tiene la magia de Al Azif a cada paso, ese sabor misterioso de Oriente que se fuga hacia la ciudad nueva, más allá hacia las gigantes explanadas de palma de dátil y más allá de los salares y el gran oasis.

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Al Azif acompaña de llegada a partida. De noche se escucha el llamado a la oración desde la mezquita local y el Corán resuena en la mezquita de la ciudad vieja. Así, en contexto las palabras de respuesta al saludo musulmán “Wa-Alaikum-Salaam", que la paz esté también contigo, toman real significado al despedirme de Siwa y enfrentar diez horas de boca seca y salina camino a El Cairo.

Agradecimientos a Nasser Bayumi por la amistad y el apoyo en todo Egipto y Mohamed Zait por las pautas en Siwa.


Enrique Villacís es integrante de la oficina ecuatoriana ENSUSITIO Arquitectura.

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Sobre este autor/a
Cita: Enrique Villacís. "El susurro de la tierra en Siwa, un oasis egipcio" 27 sep 2017. ArchDaily México. Accedido el . <https://www.archdaily.mx/mx/880320/el-susurro-de-la-tierra-en-siwa-un-oasis-egipcio> ISSN 0719-8914

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