Este artículo fue originalmente publicado en el blog de Catalina Dib, “Katari Mag” bajo el título “El Rascainfiernos, la casa/cueva del arquitecto Fernando Higueras”
El arquitecto madrileño Fernando Higueras fue desde sus inicios un disidente. No creía en la arquitectura modernista e ironizaba la famosa frase de Mies van der Rohe (al que encontraba un pésimo arquitecto)“less is more”, argumentando que para él, menos era siempre menos. Pero tampoco pensemos que era un maximalista, en ningún caso.
Tenía un enorme aprecio e interés por la arquitectura vernácula, admiraba la bella funcionalidad de una arquitectura creada en total equilibrio con el entorno. Existía en él una búsqueda constante de este “orden superior”, de la armonía. Usaba la luz, la sombra y el volumen para encontrarla, sin nunca dejar de lado la vegetación. Su inclasificable obra es una bella mezcla entre vanguardia y tradición.
Un temperamento potente y una lengua mordaz, lo mantuvieron siempre en los márgenes de su propio medio. Sus ansias de autonomía y libertad fueron más fuertes que su devoción al cliente. Diseñó mucho más de lo que finalmente construyó, resintiendo que en la arquitectura se necesitara un tercero para poder trabajar. Con estas palabras caracterizaba su situación a los 73 años “No tengo encargos ni clientes y no me conoce nadie. Soy consciente de que mi enemigo más duro he sido yo. La vida que tengo y decir lo que digo tiene un precio que es no tener trabajo. Pero soy multimillonario en tiempo”.
Fernando Higueras proponía volver a las cuevas, volver a los inicios. Al momento de construir su propia vivienda, siguió sus preceptos de forma literal y creó el Rascainfiernos, en su ingenioso humor, era la contraposición a un rascacielos.
La historia del Rascainfiernos comienza así: su amigo, el dramaturgo Paco Nieva le estaba leyendo el tarot y la carta de la muerte no paraba de aparecer. Aunque Fernando no era devoto de esas creencias, sí se empezó a preocupar. Paco para calmarlo le dijo que no necesariamente iba a morir sino que simplemente lo veía bajo tierra con un ciprés encima. Así que decidió enterrarse en vida y plantar el ciprés.
En 1972 se compra una pequeña casa en un barrio residencial de Madrid para vivir junto a su mujer y 5 hijos. Para ese entonces la relación de pareja era bastante complicada y estaban a punto de separarse. Pero en su peculiar modo de hacer, al momento de la separación, decidió construir su propio refugio debajo del patio de la casa familiar.
Su gran amigo y discípulo, Jose Manuel Ábalos, cuenta que él superviso toda la obra ya que Fernando no se atrevía a aparecer delante de su indignada mujer. También relata que era tan chico el espacio que no se podían entrar grandes maquinarias, la excavación se hizo en parte, a pico y pala.
Fernando Higueras estaba obsesionado con la luz cenital, es una constante en sus trabajos. Incluso en su hogar subterráneo, la luz sigue siendo el principal elemento. A través de cuatro tragaluces de 2x2 metros cada uno (formando un cuadrado de 4x4) la luz natural baña todos los espacios.
La casa tiene una temperatura propia independiente de las inclemencias del clima. Construir bajo tierra permite un aislamiento excelente, una casa sustentable antes de que siquiera existiera el concepto. En invierno, abrazado por la tierra, el espacio permanecía a una temperatura acogedora. Y en verano se lograban 22 grados sin ningún tipo de aire acondicionado, en una ciudad tan calurosa como Madrid.
Esta armonía atmosférica solo se rompía cuando competía con el amor de Higueras por las plantas. Su pareja, Lola Botia, relata que Fernando en un principio dejaba los tragaluces abiertos para que entraran las plantas del jardín. Con esto, la temperatura se desnivelaba e incluso, más de alguna vez, la lluvia cayó dentro de la casa. Fue tanto, que a algunos de sus cuadros (dentro de ellos un preciado Joaquín Sorolla) se les corrió la pintura.
Higueras rodeó su hogar de arte. Siempre estuvo ligado a ese mundo en el cual se sentía más libre que en el de la arquitectura. El muro central esta empapelado con sus propios planos, fotos de maquetas y fotos de sus obras; todo se unía en esta oda a su propio trabajo. Además habían cuadros y esculturas por todos lados, muchos de sus propios amigos. También tenía una enorme colección de libros y de películas. Un verdadero amante de la belleza y el conocimiento
Fernando Higueras no se vanagloriaba con su obra, sentía que era solo un refugio y que no era digno de la casa de un gran arquitecto. Pero hoy, a los ojos de la historia, su Rascainfiernos es una verdadera joya, un lugar tan particular como su creador. Un espacio mágico que representa a cabalidad el pensamiento de Higueras; una mezcla entre lo primitivo y la vanguardia, entre la vegetación, la luz y la sombra. Desde la muerte del arquitecto el año 2008, la casa alberga la Fundación Fernando Higueras, presidida por Lola Botia, la cual pretende preservar y diseminar su trabajo.
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