- Área: 3075 m²
- Año: 2013
-
Fotografías:Cristóbal Ganderats, Aryeh Kornfeld
-
Proveedores: Angela Restrepo Sofas, Anwo, Brimat, Dellineare, GLASSTECH, Grasstech, Le Cottonier, ROSEN, TM Sillerías, VIDROPAR
Descripción enviada por el equipo del proyecto. Se presenta como un nuevo proyecto de restauración e intervención que nace bajo el concepto de la resonancia entre lo antiguo y el actual, la memoria y el presente. Un eco que viene desde el ayer y se instala como soporte de lo contemporáneo.
El desafío arquitectónico que trabajó la resonancia estuvo en agregar tres nuevos pisos al antiguo edificio para ofrecer un pequeño hotel de barrio, con fachada de conservación histórica, que cuenta con 42 habitaciones insertas en pleno casco fundacional de la ciudad.
Para que lo nuevo dialogara coherentemente con lo antiguo se reflejó la fachada original a través de una fotografía del edificio original, tomada por Carlos Eguiguren. Esta se imprimió invertida sobre una superficie de cristal que compone la fachada de los tres pisos nuevos. Un recurso efímero, traslúcido, y transparente que materializa esta sutil reinterpretación de la historia a través de un lenguaje contemporáneo.
Una de las principales estrategias de intervención corresponde al concepto de “iluminar la catacumba”. Los tres primeros pisos originales ya contaban con poca luz, al igual que las clásicas construcciones de la época, cualidad que se vería intensificada al sumarle tres nuevos pisos, que por exigencia municipal, debían seguir el mismo perfil del edificio original. Lo que se propuso fue llevar luz a éstos primeros niveles a través de abrir los tres patios existentes. Intensión que se reforzó con las dos nuevas escalas en torno a la caja de ascensores, que también se concibieron como patios de luz y se acompañaron de pasillos acristalados, en las circulaciones traseras de las nuevas habitaciones, generando focos de luz natural, capaces de iluminar todo el edificio.
La nueva intervención reconoce estos patios trabajando la parte superior del edificio a modo de “gran buhardilla”, para coronar el edificio con una generosa terraza habitable que lleva al usuario a un plano de visión total del entorno territorial, más allá de un mirador, haciéndolo sentir inmerso en el paisaje con vistas al Cerro Santa Lucía, el Cerro San Cristóbal y el gran Apu tutelar de Santiago: el Cerro El Plomo, deidad femenina para los incas.
Si bien las habitaciones son pequeñas, se propusieron estrategias para ampliar el espacio difuminando los límites como, por ejemplo, crear baños que fueran parte de la decoración camuflándolos a través de cortinas traslúcidas o cajas de cristal que dejan pasar la luz sin quitarle aire al espacio; o un dossel que marca el espacio de la cama, elemento ordenador que da una ley al espacio haciendo que todo calce en su lugar sin que nada sobre o falte.
El piso original del edificio se reutilizó en el revestimiento de cielos y muros, dejando el ladrillo existente a la vista e introduciendo toques de lo contemporáneo a través del bronce y la escalera, diseñada como una lámina metálica transparente que recorre la construcción.
Todas las decisiones de diseño del edificio y su decoración, -guiadas por la diseñadora Carola Del Piano-, buscaron rescatar la antigua bohemia del centro, y su ambiente de debate y conversación. De esta manera se le imprimió identidad de centro de reunión dentro del mundo cultural capitalino, cualidad reforzada por la ubicación estratégica del edificio dentro del centro de Santiago, en pleno triángulo fundacional.
En todo el recorrido del hotel podemos encontrar impresiones en vidrio en resonancia con la fachada, lo que brinda una experiencia única para el usuario, perdiéndose así los límites y las distancias, incluso la temporalidad.