Estudiar Arquitectura no es ni Uber ni Netflix

He hecho clases durante los últimos diez años y he visto con estupefacción cómo los estudiantes universitarios de Arquitectura cada vez están más convencidos que esto -la Escuela de Arquitectura- es como Uber o Netflix.

Se acostumbraron a escoger, rechazar y evadir, deslizando un dedo hacia un lado. Si no les gusta el taller, pueden deslizar algo mágico y pasar al siguiente. Al igual que cuando piden un Uber cancelan el viaje si nos les gusta el automóvil o el rostro de quien les recibirá en la puerta. Creen que si los profesores no los califican como esperan, entonces pueden otorgar una o dos estrellas y que la universidad les devolverá su matrícula. Nada del encuentro de ideas y el progresivo aprendizaje que significa la universidad. Pagan (o sus padres) por un servicio, como una suscripción a Netflix o una habitación en Airbnb.

Algunos alumnos me escriben pidiendo clases extras, porque no alcanzaron a llegar a la clase o porque estaban de viaje. No, ninguno de ellos se molesta ya en mentir que están enfermos. Simplemente no quieren asumir las consecuencias de sus decisiones. Que nada es tan terrible porque de alguna u otra forma se puede recuperar. Como si la Universidad fuera un servicio 24 horas al día, por el cual (sus padres o becas) están pagando. Es una generación que no ha entendido que debe tomar responsabilidad, y peor, no tiene el sentido de la escasez. Todo se puede ver más tarde. Todo está respaldado en alguna parte. Ya está en Internet en algún sitio. No, la universidad no es así. Si no estuviste o no entregaste tu proyecto, debes acatar las consecuencias. Las aplicaciones y redes sociales han potenciado una generación que no valora lo trascendental ni lo efímero. No, no podrás tomar la clase cuando quieras. Ni repetir la entretenida discusión que se armó entre estudiantes y profesores tras la última entrega de taller. No, no hay un video de Playground que te lo resuma en 30 segundos.

En Arquitectura es sabido que la tolerancia a la frustración, además del cultivo de la paciencia, la experimentación constante y la capacidad de argumentar son claves para avanzar en la carrera. Por suerte, no puedo hablar por todos, pero al menos un tercio de mis alumnos (los he contado) no le encuentra el sentido a todo esto. ¿A qué exactamente? A esto de entregar propuestas donde, según ellos, “siempre les irá mal”. ¿Para qué intentarlo si fallaré? Mejor evadirse. Creen que sus proyectos siempre han sido buenos y que sus profesores solo sirven para perder el tiempo.

Uno de sus principales quiebres entre el colegio y la universidad es que los jóvenes vienen de una cultura donde se premia el esfuerzo por sobre todos los resultados. “¿Por qué me fue mal si me esforcé?” es una queja recurrente. La mayoría lo entiende durante su primer año de universidad, pero otros quieren un estrella en la frente por haber llegado últimos en la carrera de 100 metros planos, en vez de esforzarse por llegar primeros, o al menos, en un buen tiempo... siguiendo la analogía.

Siempre lo explico de esta forma: el esfuerzo no siempre produce buenos resultados, pero sí los mejores resultados son producto de un gran esfuerzo. Si buscan recompensas instantáneas, entonces nunca lo entenderán. Y eso no solo les pesará en la próxima entrega, sino también en su primera práctica (pasantía), en su examen final y en su primer trabajo.

Como lo tienen todo al alcance de la mano, entonces no toleran el rechazo. Las redes sociales refuerzan (o bien, detectaron) esa personalidad y se esfuerzan en entregar recompensas instantáneas para esfuerzos mínimos, para que nunca abandonen sus tentáculos y que los chicos nunca se frustren. Pero la universidad y el mercado laboral no son así. Son lógicas distintas y no las ven. No entienden por qué esforzarse por cinco, seis o siete años si no ven el resultado de forma inmediata.

Es sabido que los millenials forman parte de una generación con miedo a comprometerse. En cierta medida por su rechazo a las cargas exigidas socialmente a las personas -lo cual me parece un buen rechazo- y en otra medida, por el miedo a tomar decisiones. Es un hecho que le tienen pánico a tomar decisiones (y por ende, responsabilidades) y eso se ve en sus proyectos. En la sala de clases prefieren cargar la mochila de sus decisiones a sus compañeros, al contexto o incluso a sus profesores. Sus proyectos son reflejo de cierta desidia y un consenso inútil. "Usted me dijo que lo hiciera así", el mantra de algunos.

Es peligroso que algunos estudiantes vean la universidad como un servicio que se les entrega a su gusto y que sus profesores y calificaciones deben ser cómodas y ajustadas a sus expectativas. Con falsas sensaciones de progreso como Candy Crush y un desarrollo asegurado por su capacidad de comprar municiones y armamentos en juegos de internet.

No solo la universidad y los académicos debemos adaptar las metodologías de aprendizaje en un mundo sobrepoblado de información (no necesariamente de conocimiento), sino también los estudiantes deben entender que Arquitectura, una carrera que implica una alta resistencia al fracaso, no es una aplicación donde los obstáculos pueden ser eliminados desplazando la pantalla, pagando la versión pro o viendo una publicidad de diez segundos. Y es bueno que lo entiendan cuanto antes. 

Sobre este autor/a
Cita: Francisco Valdivia. "Estudiar Arquitectura no es ni Uber ni Netflix" 03 may 2017. ArchDaily México. Accedido el . <https://www.archdaily.mx/mx/870075/estudiar-arquitectura-no-es-ni-uber-ni-netflix> ISSN 0719-8914

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