- Área: 5705 m²
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Proveedores: Herman Miller, Hunter Douglas, Panel Rey, Herman Miller , Porcer
Descripción enviada por el equipo del proyecto. En el antiguo barrio colonial de Coyoacán se ubica el nuevo Centro Patrimonio Inmobiliario, el cual tendrá como misión la preservación y difusión de documentos, planos y obras artísticas que forman parte del acervo patrimonial de México desde el siglo pasado. Desde las etapas más tempranas del proyecto se decidió demoler las viejas construcciones y establecer un nuevo programa que agregaría los espacios abiertos y los edificios públicos. El concepto inicial sería el romper las partes y organizarlas en diferentes edificios de baja altura que lograrán tener cierta personalidad propia. Nuestra primera acción fue clasificar, catalogar y dictaminar el estado de salud de los árboles y especies vegetales dentro del predio. Una vez salvaguardado el patrimonio natural se zonificó el conjunto bajo la premisa de disgregar el programa para que sean los espacios abiertos los grandes articuladores entre las partes. El conjunto cultural se desarrolla en cuatro edificios que inician con el museo y sus galerías, el edificio de conservación y acervo, el auditorio y el café central. Desde el punto de vista de la composición algunos edificios son claramente sólidos y ciegos haciendo un contraste importante con otros que se ha decidido hacer transparentes o translucidos. Las decisiones en este sentido responden mayormente a la relación entre el ahorro energético y la actividad humana al interior. El tratamiento cromático igualmente plantea tensiones entre gamas de colores neutros, discretos e intemporales como el negro, el gris y el oxido, contra la intensidad y violencia del cristal dicroico o el naranja de la pérgola principal.
Para sus arquitectos, algunas composiciones tienen referencias directas o indirectas con algunos tratamientos de Emilio Ambaz y Francisco Mangado, aunque en general el diseño del Centro Cultural tiene muy asumidas sus fuertes raíces en los edificios de Ciudad Universitaria los cuales fueron pioneros del modernismo latinoamericano de los 50’s, ya que está organizado a partir de ejes y líneas ortogonales que le dan cierta severidad y al igual que CU, siempre está enmarcado por la piedra volcánica en sus bardas y contenciones. En contraparte, la idea central diseño se ve reflejada en la caja acristalada del museo, en donde el propósito es crear una pieza artística que pueda ser apreciada desde los jardines y café que lo rodean. Es decir, la arquitectura de este volumen se transforma en un objeto permanente de la colección. La piel, resuelta en cristal dicroico rompe el espectro del color de acuerdo a la intensidad y temperatura de la luz que lo rodea, convirtiéndose en una especie de caleidoscopio orgánico y cambiante, mismo que tal vez incidentalmente está relacionado con la estridencia cromática del arte popular mexicano. Además, dicha cristalera tiene una serigrafía plástica, con un diseño que asemeja una celosía o mural que se abre hacia el parque interior. La suma de los intensos colores y el diseño gráfico, funcionan como un “tatuaje” que distorsiona la percepción de la relación exterior-interior, la luz y el espacio, empujando al visitante hacia la experiencia de un viaje psicotrópico.