El actual reconocimiento a una arquitectura social, participativa y multidisciplinar en Latinoamérica encuentra en Arquitectura Expandida a uno de sus mejores exponentes. Trabajando en Colombia desde 2010, sus "laboratorios urbanos" experimentales no sólo marcan un quiebre seguro con el academicismo, sino también con el diseño dictado desde un pedestal y todo aquello que recuerde al movimiento moderno y a la planificación definida arriba de un avión.
Por eso mismo, y enfrentando una permanente crisis social y una terrible concentración de la riqueza mundial, ya no basta con diseñar: casos como el de Arquitectura Expandida reaccionan frente al concepto caritativo de la solidaridad en la arquitectura y prefieren hablar de (y ejercer) la cooperación.
Flanqueados por los Cerros Orientales de Bogotá, en esta ocasión conversamos con Ana López Ortego, arquitecta española residente en la capital colombiana e integrante de este colectivo transatlántico. Con un marcado acento andaluz que resalta en un país de tonos serenos, expone sus principios como una ametralladora, habla con sus manos para explicarlo todo y sonríe cada vez que habla de lo que le apasiona. "Siempre me ha interesado la calle, lo que pasa ahí y cómo se materializan todas esas contradicciones que uno ha ido vivido", comenta.
¿Cómo se define Arquitectura Expandida?
Ana López Ortego (AL): Nos definimos como un laboratorio de investigación sobre la ciudad, pero de investigación-acción sobre la ciudad. No es un laboratorio cerrado. Creo que se define por formas de organizaciones abiertas con todo lo que eso conlleva. Trabajamos en acción y también en investigación.
Luego intentamos sistematizar esta acción y también intentamos aprender más de los conflictos que hay en la ciudad, a través de la investigación de estas acciones, que nunca son independientes, pues siempre surgen a partir de un proceso de resistencia y de una comunidad que sabe muy claramente que quiere hacer algo, aunque no tenga muy claro qué. Confiamos mucho en la capacidad de autodiagnóstico de la gente y así es cómo debe de ser.
¿Por qué crees que su modus operandi es el correcto?
AL: Hay un tema político-crítico sobre el modus operandi y creo que parte de un cuestionamiento de las lógicas formales de hacer las ciudades. A nosotros nos interesa explorar las formas del "estar en común" en el territorio, pues el espacio público sufre una crisis muy fuerte: en los espacios más formalizados -porque están privatizados- y en los espacios más informales -porque muchos son barrios de origen informal donde nunca se planificó el espacio público- y eso ha derivado en situaciones muy conflictivas del espacio público.
Además, las lógicas formales de hacer ciudad también plantean mecanismos de participación profundamente excluyentes, que en la mayoría de los casos se limita a dar información y la mayor parte de los casos es sesgada. Las comunidades acaban muy decepcionadas porque en la mayoría de los casos sienten que están siendo instrumentalizados para legitimar algo que ya esta decidido.
¿Lo ves solamente en Colombia o en Europa también?
AL: Veo que aquí en Latinoamérica hay una cuestión contextual que hace que las legislaciones no sean tan estrictas y tan rígidas como pasa en Europa, o quizás el cumplimiento de las normativas no es tan estricto ni tan rígido y eso hace que hayan mas fisuras a través de las cuales poder explorar.
¿Y se puede ejercer el activismo desde la arquitectura?
AL: Yo me considero más activista social que arquitecta, pues la arquitectura es la forma a través de la cual canalizo la inquietud y las investigaciones que uno tiene. En ese orden de ideas es muy importante para nosotros los sistemas organizativos de código abierto. No digo absoluta horizontalidad en todo, pero sí entiendo que haya una capacidad de diálogo. Es decir, contraponer el concepto de cooperación a eso de la solidaridad [muecas]. Yo me siento profundamente en contra ideológica, sicológica y políticamente de esos conceptos como la solidaridad.
Entonces, ¿cómo crees que el arquitecto puede ser activista social?
AL: Cuando se deshace de los dogmas disciplinares, entonces el arquitecto ya no sé si es activista social o si es un activista social que utiliza sus saberes con el objetivo de enfocarlos. Hay muy poco activismo desde la arquitectura y me parece un poco raro. Sí hay gente que trabaja temas urbanos, de ciudad y de vivienda, pero no tienen que ser arquitectos.
De hecho, creo que son los temas los que definen más la lógica del activismo: cuando vemos a algunos grupos de arquitectura haciendo estas acciones, lo vemos como una necesidad de cuestionarse ciertos temas, pero de ahí al activismo hay todavía un salto.
Muchas veces nos basamos en la pequeña y fotogénica acción, pero yo creo que es más de contenido y profundidad y luego verá cómo lo canaliza. Aunque es cierto que tenemos saberes constructivos y legislativos, el arquitecto es también una especie de malabarista que escapa de coordinar muchísimas cosas. Esos son los potenciales que podemos utilizar para el activismo e igual que para muchas cosas de hacer.
Hay muchos colectivos que intentan tener un discurso de activismo, pero que en realidad no es para la sociedad, sino para el resto de los arquitectos. ¿Cómo crees que el discurso puede ser coherente con el ejercicio?
AL: [silencio] no sé cómo decirlo para no sonar pretenciosa. Nosotros (Arquitectura Expandida) somos muy callejeros y publicamos los proyectos en los que sentimos que aportamos, pero estamos metidos en muchos proyectos y dentro del grupo además con diferencia de afinidades. Son acciones que uno siente casi como biopolítica. Como si mi cuerpo sintiera que yo debería estar haciendo esto.
No sé si a veces hay un afán por empezar a publicar muchas cosas cuando todavía uno no tiene mucha claridad sobre ciertos proyectos. Yo miro hacia atrás y veo los proyectos que hicimos hace cinco o siete años atrás y los siento con profundas ingenuidades. Creo que estuvo bien que en ese momento no nos volviésemos locos intentando publicar una cantidad de proyectos de los no teníamos muchas certezas y cuando publicamos, nos interesa que sea bastante medido. Tampoco nos interesa publicar todo, sino más bien hacer la praxis.
¿Y se necesitan esas certezas al momento de ejercer?
AL: No, pero para el momento de publicar, sí. Siento que hay muchos colectivos o personas que tienen más interés en tener un reconocimiento inmediato de lo que hacen que realmente tener un proceso. Si no forma parte de tu propia biopolítica el hacer el activismo, debe ser muy complicado porque lo vamos a hacer por un fin que no es eso. Me refiero a las certezas de cara a intentar mostrar lo que haces. Eso no quiere decir que nosotros no tengamos un montón de preguntas en todo momento. Sí es verdad que proyectos de hace 3 o 4 años son proyectos que todavía son continuos, estables y que no dan tanta vergüencita.
A todos nos ha pasado hacer y decir profundas ingenuidades, pero intentamos ser mas discretos., aunque también nos arriesgamos y no creo que sea necesario que todos lo hagan. Te metes en dinámicas en donde es difícil cuestionar el hecho de que uno esté en profundidad de los temas y luego intentas que seas procesos investigativos y ademas intentas divulgarlos. El orden de los factores debe ser ése, no al contrario. Si no, vas a utilizar el activismo como herramienta para otra cosa y creo que es una cosa que se siente... perdón por ser tan romántica.
Mencionaste el tema legislativo en Latinoamérica y que hay ciertos márgenes o más cancha para jugar que en otros lugares. ¿Cómo eso juega a favor o en contra cuando trabajas con la comunidad?
AL: En el hecho de que existe una especie de derecho del hacer que está más o menos legitimado. No es legal, pero está legitimado. Si una comunidad se empodera de su territorio, decide hacer algo y realmente hay un proceso comunitario, es decir, no hay un privado que está montando toda una parafernalia para ocupar suelo, es probable que haya una cancha para llegar a negociar. Puede ser una cancha bastante conflictiva, pero llega a verla. En España eso no pasa: si te pones a montar una vaina sin ningún tipo de permiso, al día siguiente la tienes abajo. No creo que haya esa cancha allá.
¿Cuál es el principal inconveniente?
AL: Esto es un forma de hacer que implica que así se ha hecho la ciudad y así se seguirá haciendo. Acá hay terrerios, hay urbanizadores piratas, hay ocupaciones informales. Eso implica que hay una mafia bestial de los territorios en Bogotá y que nosotros conocemos perfectamente en zonas un poco periféricas en la zona borde. Todavía sigue llegando mucho desplazamiento por conflicto armado, hay mafias que están vinculadas a los lotes y al mismo conflicto armado.
Ciertamente mucha gente no tiene posibilidades dentro de lo formal, porque hay gente que queda excluida del mercado, pero detrás de todo esto hay cosas muy duras, lo cual implica que te encuentres en circunstancias en que haya amenazas porque hay intereses en el suelo. Intereses especulativos muy fuertes.
¿En qué les aporta trabajar con un equipo multidisciplinario?
AL: Es clave rodearse de gente que viene de otras disciplinas que no son necesariamente la arquitectura. Si cuentas una historia con esa superficialidad arquitectónica que tiene otras profundidades y se le cuentas a un sociólogo, te va a decir "¿cómo fue aquello si yo lo que tengo entendido es que ahí hubo una limpieza social tremenda y no-sé-qué y no-sé-cuánto?".
Entonces es fundamental intentar ver siempre la condicionante territorial de los proyectos en grande e intentar rodearse de gente de varias disciplinas y debatirlo con esas personas desde distintos enfoques disciplinares. Eso creo que acaba enriqueciendo bastante el proyecto y evitando esa visión superficial que al momento que se publica algo es difícil llegar a las profundidades.
Trabajar con gente de otras disciplinas visibiliza cosas que uno ve.
AL: Muchísimo, claro. Te cuestionan completamente. Además me parece que es muy bonito porque a nosotros lo que nos ha pasado es que siempre gente que se ha interesado en el tema y ha venido. Creo que ahí es cómo se van conformando diálogos en base a los procesos. Por ejemplo, en (el proyecto de) El trébol hay una nena que era un estudiante de antropología -no estoy segura- de la Universidad de Los Andes que escucha del proyecto en el momento más conflictivo, cuando hay amenaza de demolición, cuando nosotros estamos convocando por las redes sociales y firmas en el barrio. La chica viene y dice "oye qué interesante esto... ¿importa que haga entrevistas?" Ella desde su propia metodología plantea una serie de entrevistas a a vecinos, protagonistas e incluso a la Junta de Acción Comunal que era uno de los principales conflictos que se estaba presentando. Luego tenemos esa posibilidad de discutirlo en base a esas entrevistas, ella coge ese documento y lo presenta en su seminario.
Eso nos permite que los proyectos queden blindados, o apoyados en una base interdisciplinar de los propios proyectos. Finalmente puede ser la excusa para reflexionar en torno a toda la forma organizativa. Pensar la estructura de cada uno de esos microproductos nos permite no perdernos enormemente en vaguedades y sí tener la excusa de un hacer interdisciplinar para ver distintos enfoques sobre un mismo proyecto.
Hace unos meses conocimos Espacios de Paz, donde fue fundamental el trabajo con la comunidad. ¿Cómo crees que se gana la confianza de la comunidad?
AL: Empezando de una manera muy clara. No ganarse la confianza sólo porque te han llamado. Lo primero es establecer un marco claro y un proyecto en común, aunque la mayoría de las veces hay que acotarlo bastante porque la gente quiere mucho. Entonces, lo primero es hacer un taller-reunión-asamblea en la que digamos cuáles son los recursos realmente con los que contamos, los que sean: los saberes, la plata, las herramientas, los materiales. Pero vamos a definir claramente cuál es el objetivo. Eso nos ayuda mucho.
El modelo de gestión lo damos antemano: no trabajamos en habilitar un espacio público, si el elemento siguiente va a ser colocar una reja alrededor. La idea es intentar dejar las reglas del juego, siendo claros y con un objetivo identificable a mediano plazo. Por ejemplo, para nosotros es importante conocer el sistema de gestión que va a tener el espacio: que sea abierto, no esté limitado y no haya una sola llave. Son pequeñas condiciones que nos ponemos al comienzo.
El hecho que plantees eso e intentes ser muy estricto en la consecución de ese objetivo creo que eso hace que todos estemos en la misma, que en ese momento nos configuremos como una colectividad entre todos. Creo que no es exactamente el mismo modelo que tiene Espacios de Paz. Ése es un sistema que está vinculado por lo político-partidista, además de Venezuela está claramente...
¿Quebrada?
AL: Exacto, y el modelo no es exactamente el mismo. Lo positivo de ambos casos es que medimos los alcances, aunque yo no estoy hablando de parte de un Estado.
Lo importante es plantear un modelo de cooperación con todas las complejidades que eso implica y difuminemos en la medida de lo posible los roles. Los roles tienen que ver con los saberes de cada uno, pero se pueden difuminar en el sentido que la información es accesible para todos. Evidentemente siempre habrán detalles técnicos de arquitectura, pero también del procedimiento comunitario porque la comunidad sabe mucho más que uno en ese aspecto.
¿Se podría sistematizar este modelo de cooperación?
AL: Somos un poco tramposos porque no sé cómo esto puede ser un modelo sistematizable. No lo sé, y tampco sé si se tiene que sistematizar. En el momento que se sistematice seguro que se convierte en una de esa políticas profundamente homogéneas para contextos heterogéneos.