Este artículo de Avinash Rajagopal, originalmente publicado en Metropolis Magazine como 'The Little Prince' and Le Corbusier investiga el vínculo entre Le Corbusier y Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito.
El 22 de octubre de 1929, un arquitecto francés llegó en el vuelo inaugural de la Aeroposta Argentina, un servicio de línea aérea pionera que voló desde Buenos Aires a Asunción del Paraguay, pilotado por un copiloto francés. El acto de volar tendría una profunda influencia en la creatividad de ambos pasajeros y piloto.
El primero, por supuesto, fue Le Corbusier. Este último fue Antoine de Saint-Exupéry, que más tarde sería conocido como el creador de 'El Principito' (1943), la historia del querido amigo del zorro, amante de las flores, niño del espacio.
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Una exposición en el Morgan Library and Museum de Nueva York titulado The Little Prince: A New York Story, resulta ser realmente acerca de Saint-Exupéry. Es un fascinante espectáculo táctil. El autor creó varias versiones de todas las ilustraciones en acuarela del libro. Escribió cerca de 30.000 palabras en total, en frases que parecen desmoronarse, escalonar, tropezarse y luego simplemente salirse fuera de la página.
A mediada que uno camina de una página enmarcada en tonos sepia a otra, el sentimentalismo es abrumador. Es difícil no emocionarse con este hombre torturado que habitaba fascinantes mundos en su cabeza, en la sociedad de Nueva York y en los planetas ficticios de sus historias. La casi mística de los textos sobre la pared garantiza la piel de gallina. Las puestas de sol se mencionan 44 veces en el libro y Saint-Exupéry desapareció después de volar hacia una puesta de sol en 1944, a los 44 años.
La tenue conexión del aviador con la historia de la arquitectura se remplaza en esta exposición por los detalles más coloridos de su vida, las misiones aéreas al Norte de África, en defensa de los judíos en Vichy, Francia y codeándose con los Lindberghs) pero sí hace para un interesante contrapunto a visión del mundo de Saint-Exupéry.
El principal vestigio que dejó los viajes en avión para Le Corbusier fueron una nuevo forma de mirar. Escribiendo en su libro Aircraft (1935): "Durante la publicación de L'Esprit Nouveau [la famosa revista estética del arquitecto con el artista Amédée Ozenfant] usé con impaciencia la oportuna frase "¡Ojos que no ven! ..." Y en tres artículos cité como prueba, los barcos de vapor, automóviles y aviones. El punto entonces era que nuestros ojos no ven. . . . No han visto el florecimiento de un nuevo sentido de la belleza plástica en un mundo lleno de fuerza y confianza. Pero hoy en día se trata del ojo del avión, de la mente con la que la vista de pájaro nos ha dotado; de ese ojo, que ahora ve con inquietud los lugares donde vivimos, las ciudades donde nos ha tocado ser. Y el espectáculo es aterrador, abrumador. El ojo de avión revela un espectáculo de colapso".
Una de las razones de este cambio de actitud, que sin duda influyó en las ideas urbanistas de Le Corbusier, es que entre L'Esprit Nouveau y Aircraft, se subió a un avión y ese avió era pilotado por Antoine de Saint-Exupéry.
En El Principito, Saint-Exupéry insiste una y otra vez que hay algunas cosas que simplemente no pueden ser vistas. Un texto sobre la pared en la exposición muestra cuantas veces y en cuantas formas diferentes hace presente esta idea. Un dibujo de un sombrero del mismo modo podría ser un dibujo de una boa constrictor que se ha tragado un elefante. Ver una ciudad desde una vista de pájaro puede no ser la mejor manera de diseñarla. En cualquier caso, es evidente que para Saint-Exupéry que la experiencia de volar se trata de mirar las estrellas y no hacia abajo, al mundo devastado por la guerra, sobre él cual él podría tener que aterrizar.
El arquitecto y el autor también podrían haber estado en desacuerdo sobre el papel de la tecnología en este mundo. Las metáforas de las máquinas de Le Corbusier son bien conocidas: "Una casa es una máquina para vivir" siendo la más famosa. Saint-Exupéry, que había visto la guerra desde cerca, no estaba tan feliz con los artilugios o la industria. El Principito visita un número de planetas en el libro, todos habitados por gente insatisfechas e infelices. En uno de esos planeta que Saint-Exupéry creó, pero más tarde retiró, estaba habitado por un inventor cuyo artilugio podía cumplir cualquier deseo. El príncipe, justamente, se muestra sospechoso ante esta "máquina de felicidad".
A pesar de estas diferencias, el pasajero y el piloto estaban unidos por su amor al dibujo. El vuelo de 1929 de Le Corbusier dio lugar a hermosos croquis y planos para Montevideo y Sao Paulo, mientras que Saint-Exupery había estado dibujando para expresarse desde mucho antes de embarcarse en El Principito. En cierto sentido, el libro en sí, con sus dibujos de planetas y desiertos, de paredes y desconocidos puede ser visto como un viaje hacia el perfecto dibujo final del lugar perfecto. No es mucho más que un paisaje sugerido por dos líneas y una estrella en el cielo, con la nota: "Yo, que no sé dibujar, he creado el más hermoso dibujo en el mundo".