En este artículo publicado originalmente en la edición #29 de la Revista Notas CPAU y originalmente titulado Arquitectura Argentina, su autor Daniel Silberfaden* nos habla de como la arquitectura argentina ha ido desapareciendo del panorama arquitectónico mundial, especialmente del latinoamericano, señalando que "hace ya varios años que nuestra arquitectura dejó de interesar a los que se dedican a difundir arquitectura tanto por interés cultural o por marketing".
El autor hace referencia a este planteamiento como un tema levantado en una mesa redonda en el Museo de Arquitectura MARQ hace unos años y como se utilizó la palabra “mediocridad” para definir al nivel de la arquitectura argentina, refiriéndose insólitamente a un “nivel medio saludable”. Hace un llamado a una arquitectura que "no sea tan sumisa, ni tan espectadora, ni tan servil. Una arquitectura de nuestro tiempo, una arquitectura que nos eduque y nos enorgullezca.
Hace pocos años, durante la realización de una mesa redonda a sala llena, en el Museo de Arquitectura MARQ, para definir el nivel de la arquitectura argentina se utilizó la palabra “mediocridad”, refiriéndose insólitamente a un “nivel medio saludable”. Mediocridad en respuesta a una crítica realizada por el Director de la revista Arquine de México, Miquel Adrià, quien en su rol de jurado invitado a fallar el Premio SCA CPAU 2008, comentó sorprendido la ausencia de arquitectos y arquitecturas interesantes en la Argentina a comparación de otros países Latinoamericanos, mencionando a Mario Roberto Álvarez y Clorindo Testa como las figuras más interesantes y excluyentes de nuestra Arquitectura.
Adolecemos según Adrià, de una arquitectura capaz de conmover, cuestionar e incluso superar tradiciones que posiblemente y por la dinámica propia de una sociedad necesitaban actualizarse, “…esto nos habla del saludable nivel "medio" (que no es lo mismo que mediocre) de los trabajos. No me asusta la afirmación de Adrià: me tranquiliza la actitud del jurado, que sabe reconocer los medios niveles de nuestra producción con la sanidad de reconocer como un mérito lo obvio, lo simple, lo contextual, lo realizable, lo sustentable, lo interesante”. (Emilio Rivoira – ARQ Clarín 18.11.2008)
El debate de esa noche y las repercusiones posteriores fueron interesantes, tanto por los aportes de Miquel Adrià, conocedor y experto de la producción latinoamericana, acostumbrado a polemizar y a contribuir -en este caso- con una mirada diferente y enriquecedora, y la opinión de Emilio Rivoira en defensa de nuestra producción arquitectónica contemporánea. Lamentablemente el debate se agotó por falta de interés en continuar profundizando un tema que lejos de agotarse se agudizó. La arquitectura chilena, brasilera, colombiana, peruana, mexicana, fue ocupando espacios editoriales, académicos y expositivos cada vez más relevantes y destacados a nivel internacional y Argentina, en ese mismo periodo y salvo breves destellos ha desaparecido de los principales eventos, premiaciones y menciones.
Siete años después de aquella noche de debate en el Marq, quien recorre los portales de Arquitectura más visitados o lee las revistas más reconocidas locales e internacionales, encontrará una diversidad y cantidad de obras y proyectos latinoamericanos y poco, muy poco de producciones argentinas.
Esto no es repentino. Hace ya varios años que nuestra arquitectura (contemporánea) dejó de interesar a los que se dedican a difundir arquitectura tanto por interés cultural o por marketing. La escasa diversidad y aporte de nuestros proyectos y realizaciones, aún en los temas más habituales como la vivienda unifamiliar y multifamiliar, la escasez de nuevo equipamiento cultural, sanitario, vivienda social, educativo, etc., ha orientado a los medios dedicados a la difusión hacia otros países donde las propuestas más abundantes, diversas, tecnológica y constructivamente más avanzadas, parecen interesar más.
No es una cuestión de los arquitectos solamente, la industria de la construcción y productora de insumos más avanzados para la construcción desaparecieron de nuestro mercado y mucho se produce y comercializa en estos países donde la arquitectura ha evolucionado mejor. Esto no es producto de la casualidad, lo que nos sucede debemos atribuirlo a nosotros mismos. Posiblemente muchos no estén de acuerdo con estos comentarios, pero me consta que muchos otros reconocen que esto es así y que no estamos haciendo las cosas bien. Nuestras últimas exhibiciones en pabellones argentinos en las Bienales Internacionales más importantes del mundo han evidenciado que no tenemos mucho para mostrar ni que decir de nuestra producción actual.
Paradójicamente en Argentina construimos bastante en los últimos diez años, es decir que oportunidades de hacer no nos faltaron, entre los años 2006 y 2012 se construyeron muchos edificios y conjuntos habitacionales y vivienda privadas en nuevos barrios cerrados en las periferias de las grandes ciudades de la Argentina. También surgieron nuevas escuelas de arquitectura públicas o privadas que se sumaron a las ya existentes, nunca tuvimos tantas Bienales Internacionales simultáneas, ni tantas conferencias, workshops, seminarios, concursos, tertulias, publicaciones, etc. Todo esto es muy positivo y sin embargo hemos producido, en proporción, poca arquitectura para tanta construcción. La pérdida de peso de nuestra actividad se traduce en esto, mucha producción, mucha superficie, poca profundidad, escasa valoración, poco entusiasmo y curiosidad, de una sociedad progresivamente menos interesada y más conservadora.
Por supuesto hay arquitectos y arquitecturas que logran diferenciarse, las Bienales locales recientes nos ha enseñado que existen arquitectos que producen obras muy interesantes, que tienen buenas ideas y que hacen un verdadero aporte a la disciplina, pero carecemos de vanguardia, sólo tenemos modernidad. No queremos arriesgar intentado cambiar, medimos y nos contenemos, aún a sabiendas que ese orden, en muchos casos, es anquilosamiento y que hay cuestiones que sólo repetimos por tradición y costumbre. Sobrevuela en nuestra producción una tendencia por el parecerse, el maquillaje y la superficialidad, la contracara del esfuerzo por investigar, por criticar y por mejorar nuestra preparación.
Los propios concursos, antes fuente de inspiración para otros, campo de oportunidades para nuevos arquitectos o generadora de nuevas propuestas, casos de estudio e investigaciones, son en general un universo de obviedades, un porcentaje elevado de ideas mal resueltas. La repetición irreflexiva, la copia, incluso el plagio, se traslada también a esta actividad nuclear de la arquitectura y que, sin duda, más oportunidades genera. Un ámbito único de reflexión, de crítica y discusión; sin embargo, hace tiempo que esto no sucede.
Concurso, proyecto u obra, nuestra “mediocridad”, debería ser un llamado de atención.
¿Quién podría estar en desacuerdo con los dichos de Emilio? y por supuesto agradecidos como ciudadanos por “una arquitectura sabiamente correcta, que funcione y agrade, que sea sensata, que dure, haga feliz y acompañe al que la usa. Que su estética sea ética. Que se acuerde de sus vecinos y de la tradición, sin imitar a la historia ni inventar utopías para el futuro. Que innove y recree por condición, pero que no se plantee la ‘originalidad’ como premisa agobiante, ni la urgencia propia del moderno de que cada acto arquitectónico debe ser original, único, desafiante” (Emilio Rivoira – ARQ Clarín 18.11.2008), pero quizás como ciudadanos nos falta ese valor plus que otorga la arquitectura excepcional, audaz, capaz de tensar las fronteras del conocimiento, aquella que crea opiniones encontradas entre vecinos, que pone en discusión a un sector de la ciudad, que marca nuevos paradigmas estéticos y propone nuevas escalas, usos o tecnologías.
Una arquitectura no tan sumisa, ni tan espectadora, ni tan servil. Una arquitectura de nuestro tiempo, una arquitectura que nos eduque y nos enorgullezca.
Daniel Silberfaden es arquitecto argentino con una destacada trayectoria. Estudió arquitectura en la Universidad de Buenos Aires y en 1990 fundó el estudio Silberfaden y Asociados. Actualmente es Decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Palermo.