¿Qué es la técnica? ¿Cuál es su esencia? ¿Dónde reside? ¿Qué representa? Y ¿qué proyecta? Estas son las preguntas que motivan este escrito, desde una mirada contemporánea. Una puesta en discusión entre cuatro pensadores del siglo XX: Oswald Spengler1, José Ortega y Gasset2, Friedrich Georg Jünger[3. Friedrich Georg Jünger, 3, y Martin Heidegger.4
De partida, entonces, que quede claro qué la técnica no es.
En el inicio de la década de los 30’s, Oswald Spengler dijo: “(…) la técnica no debe comprenderse partiendo de la herramienta. No se trata de la fabricación de cosas (…); no se trata de las armas (…)”. Para él, la técnica no es tampoco ahorro de trabajo, no es de su naturaleza conservar. Además, decía el autor, en contra enfáticamente a la teoría de Charles Darwin, que la técnica no acontece como una evolución. José Ortega y Gasset, ocho años después, ya quizás influenciado por el pesimismo irónico de Spengler, vendría a negar el entendimiento de la técnica como un intento de adaptación del hombre al mundo, y tampoco como un esfuerzo por suprimir sus necesidades. Friedrich Jünger, a finales de los 40’s, diría a su vez, que la técnica no posibilita el ocio posterior, no es un producir, ni un generar riqueza. El tiempo libre y la fortuna no hacen parte de la naturaleza de la técnica, y por lo tanto no pueden ser consecuencias de ella. Martin Heidegger, probablemente el filósofo más influyente de la segunda mitad del siglo XX, diría simplemente, en tono positivo, casi opuesto al de Spengler y Jünger, que la técnica no es meramente un medio para alcanzar algo. En resumen, se podría añadir que la técnica no es la búsqueda de un fin, no es lineal, no mide esfuerzos y no es rentable.
Entendido esto, para la fluidez y claridad de la discusión se propone una metodología inversa. Es decir, a continuación se propone una condensación preliminar de las distintas aseveraciones por parte de los cuatro autores, de modo a, por un lado, poner un fin provisorio a este ensayo para aquellos lectores ya con poco interés, y, por otro, a crear en la proposición –o definición– misma el índice o carta de navegación a seguir para pormenorizar el ser de la técnica, además de incentivar el recorrido –no el fin– de aquellos lectores con alguna curiosidad.
Respaldado en cierta medida por esta hipótesis metodológica, se podría afirmar que la técnica es la táctica racional, personal, móvil e ilimitadamente variable de transformación de la naturaleza, de modo a dominarla y superarla a través del desvelamiento sensible de su verdad, y adecuarla a la superfluidad y artificialidad intrínsecas al proyecto que es el hombre.
No obstante, antes de precisar esta afirmación conjetural, y por lo tanto antes de detenerse en las voces de los autores, aunque sea, en sentido estricto, cosa ajena al medio de este ensayo, parece razonable saber qué es y qué fue la técnica en su etimología, es decir, qué representa y qué representó la palabra técnica. Luego, la etimología de la palabra técnica lleva, en primera instancia, a algo ya bastante conocido y discutido: la palabra griega techne, utilizada en su época para designar tanto técnica cuanto arte, ambas como producciones y habilidades del hombre. No obstante, yendo un poco más allá del término griego, se llega a la raíz protoindoeuropea teks, que significa, a su vez, fabricar con/a partir de una herramienta, y también tejer, componer, inventar, tramar, entrelazar, trabar, y, por qué no, transformar. Si por un lado, esta raíz da origen al difundido término griego techne, por otro, da origen al latín textō, de tal modo que técnica es cognado de texto y tejido, y también textura, y tectónico. La técnica como texto: como trabazón de elementos en un tejido textual.
Pero antes de una aclaración, tal relación presenta un peligro: la vinculación de la técnica al lenguaje, y toda la complejidad que su profundización implica; complejidad similar a la de la propia técnica. No obstante, antes de entrar en el problema del lenguaje, cabe una aseveración: tanto la técnica como el lenguaje parecen hacer parte de la naturaleza del hombre, como actos o deseos primeros: el deseo por transformar –y/o transformarse– y el deseo por comunicar –y/o comunicarse–.
Aprovechando el punto, es posible traer de vuelta al texto las voces de los cuatro pensadores, y con ello proponer una especie de introducción a la expansión de la definición condensada anteriormente. Se dice actos o deseos, porque la técnica y el lenguaje no tratan de necesidades, en sentido estricto. Según Ortega y Gasset, las necesidades responden al vivir y al estar, y para ello, no se hace necesario el transformar la realidad, y paralelamente, ni el comunicar las observaciones y realizaciones humanas. En otras palabras, las necesidades responden a una vida animal, es decir, natural, como observa el mismo autor, la cual el hombre busca superar y negar. Es decir, el hombre busca ser todo, menos un animal. Luego, todo aquello que lo haga sentirse como o lo relacione a un animal, es puesto como algo a ser negado. Sin embargo, el término «necesidades humanas» es utilizado a menudo para designar aquellos deseos, en contraposición al término «necesidades elementales», necesidades de hecho, como percibido más claramente en el texto de Ortega y Gasset.
Con ello, para entender la técnica, parece hacerse obligatorio el detenerse sobre la naturaleza del hombre. Y Oswald Spengler lo hace de manera primorosa. Es el único de los cuatro autores que investiga, a la luz de la técnica, las características fisionómicas de la especie humana. El hombre, para Spengler, es un animal de rapiña. Así como ellos, presenta los dos ojos dirigidos paralelamente hacia adelante. Su función es el observar desde lo lejano, el determinar las cosas en su situación y distancia, el medir las condiciones de ataque. Los ojos de los animales rapaces son lo que permiten la existencia del horizonte, y, sobre todo, son lo que crean una manera de mirar en la cual ya reside la idea de dominio, el dominio sobre el mundo, la presa del hombre. Esto es lo que el autor llama el pensar de los ojos. Así como los animales rapaces, el hombre es un animal individual, enemigo de sus semejantes. Sus deseos responden al individuo, mientras que las necesidades responden a la especie. En las palabras de Spengler: “La técnica humana, y sólo ella, es, empero, independiente de la vida de la especie humana. Es el único caso, en toda la historia de la vida, en que el ser individual escapa a la coacción de la especie”.5
No obstante, como clarifica el mismo Spengler, el hombre presenta también un pensar de las manos, que a distinción de los otros animales rapaces, no es un pensar de la mano natural, sino de la mano artificial unida a la herramienta, y trabada por el pulgar. “Del primero [el pensar de los ojos] –dijo el autor– desenvuélvese desde entonces el pensamiento teorético, contemplativo, intuitivo, la ‘meditación’, la ‘sabiduría’. Del segundo nace el pensamiento práctico, activo, la astucia, la ‘inteligencia’ propiamente dicha. El ojo inquiere la causa y el efecto; la mano trabaja según los principios del medio y del fin. Que algo sea adecuado o inadecuado a un fin –juicio de valor de los activos– no tiene nada que ver con la verdad y la falsedad, que es valoración de los contemplativos. El fin es un hecho; la conexión de causa y efecto es una verdad”.6 De ahí que, siguiendo al autor, la técnica es siempre una dialéctica entre pensamiento y ejecución. Y, por ser el hombre un animal de rapiña, naturalmente dominador y solitario, de deseos innecesarios, el pensar de los ojos es siempre anterior y superior que el pensar de las manos. Con ello, se podría concluir desde esta dialéctica del pensar, procurando interpretar las palabras del autor, en una suerte de metáfora, que las garras pueden fallar en el ataque, pero la táctica es siempre meticulosamente calculada.
El planteamiento de Spengler permitiría el entendimiento de que, estando la técnica vinculada al pensar de los ojos, en detrimento del pensar de las manos, y que él se da bajo una relación de causa y efecto, el ámbito de su esencia sería el de la verdad, lo que antevería la proposición del Heidegger sobre la verdad en la técnica. De la propuesta de Spengler también se clarifica la condición del hombre como dominador del mundo natural, en lo cual, consecutivamente, estaría la verdad a ser dominada. Constatación que haría más directamente Heidegger, con la única diferencia que el verbo ocupado ya no es dominar, sino desocultar, que sugiere una actitud más pasiva y cautelosa por parte del hombre. Ambos autores van directamente a la verdad de lo natural, tal como se presenta delante de los ojos.
Discutidas las implicaciones de la constitución natural de la especie humana, desde la visión de Spengler sobretodo, es posible volver a la definición de técnica propuesta y pormenorizar sus componentes. Fue dicho que la técnica es una táctica, término ocupado por Spengler, para quien la vida es una lucha sin esperanza entre la naturaleza interna del hombre y la naturaleza externa del mundo. En esta lucha reside la técnica, en cuanto modo de supervivir o de bienestar, para ocupar términos de Ortega y Gasset, al contrario de la condición animal, en la cual se da el vivir y el estar.
Es una táctica racional, adjetivo utilizado por Jünger, derivada de la supremacía del intelecto, como observó Spengler. Y la racionalidad es la exacerbación del intelecto. Sin embargo, para Jünger, más que esta exacerbación, la racionalidad es la consecuencia de un estado de escasez. De ahí que se puede vislumbrar dos términos cognados divergentes aunque interrelacionados: razón y ración. El segundo no es tratado objetivamente por el autor, pero está implícito en su construcción y lleva a las mismas conclusiones, además de permitir entrever claramente el problema. La razón llevaría a la ración; y la ración es consecuencia de la razón. En un lugar o época donde la presencia de la ración es visible, el pauperismo es dominante. El perfeccionamiento de la técnica, es decir, su progresiva racionalización es, para el autor, señal del agotamiento de la sustancia y del aumento de la pobreza. Por lo tanto, de acuerdo con el autor, la presencia de la ración –y por lo tanto, de la razón– es señal del predominio de la técnica.
Es una táctica personal. Sobre esto, no hay nada que decir más allá de las aseveraciones ya discutidas de Spengler sobre el hombre como animal rapaz. La técnica es personal, individual y singular.
La técnica es, además de racional y personal, una táctica móvil e ilimitadamente variable. En la medida en que el bienestar, y no el estar, es el deseo fundamental del hombre, parafraseando a Ortega y Gasset, y como el bienestar, así como los deseos, es un concepto mutante, que depende de las circunstancias, “y como la técnica es el repertorio de actos provocados, suscitados por e inspirados en el sistema de esas necesidades, será también una realidad proteiforme, en constante mutación”.7 Gasset ocupa el término mutación, acercándose nuevamente a los planteamientos de Spengler, cuando dice que la técnica no se desarrolla en base a evoluciones, sino a mutaciones. Es decir, para el autor es imposible concebir un hombre sin la mano unida a la herramienta y trabada por el pulgar. Esta es la condición de la mutación. Spengler diría además, que “A la esencia misma de la técnica humana (...) pertenece (...) el que cada invención contenga la posibilidad y necesidad de nuevas invenciones, de que cada deseo cumplido despierte mil otros deseos y cada triunfo logrado sobre la naturaleza estimule a nuevos y mayores éxitos. El alma de este animal rapaz es insaciable, su voluntad no puede nunca satisfacerse; tal es la maldición que pesa sobre este tipo de vida, pero también la grandeza de su destino”.8
Es una táctica de transformación de la naturaleza de modo a dominarla y superarla. Aquí y para los autores, naturaleza es también entendida como mundo o realidad compartida. Como se vio anteriormente, principalmente en la visión de Spengler, la dominación del mundo hace parte de la naturaleza rapaz del hombre. Por otro lado, su superación, como observado por Ortega y Gasset, es la superación de su ser natural, la negación de su ser animal perteneciente a la naturaleza, y la afirmación de la artificialidad del hombre. Para dominarlo y superarlo, el mundo es transformado por la acción humana, lo que sería un modo eufemístico de decir lo que diría Jünger: que el mundo es consumido y destruido por la acción humana, y, por qué no, por su propia existencia.
Sobre esto, Heidegger sostiene, como visto anteriormente, que tal transformación se da por un deseo de desocultar la verdad sensible del mundo, es decir, de desvelar su misterio. Para el autor, el ámbito de este desocultamiento es el ámbito del arte, visto que el arte es “devota (...), obediente al imperar y custodiar de la verdad”.9 En última instancia, se podría decir que tal es el ámbito de la creación humana, en la cual estarían el arte y la técnica. No obstante, Heidegger plantea algo más: que tal desocultamiento, la superación de la verdad, que no sería menos que la revelación –el Apocalipsis–, encierra un peligro, el peligro de entrever el misterio del salvador –términos suyos–, lo cual sería, para el autor, la esencia misma de la técnica. Spengler diría que esta batalla por la técnica es imposible y sin esperanza, pero sin embargo el hombre la lleva hasta el fin.10
Finalmente, la técnica transforma el mundo a fin de adecuarlo a la superfluidad y artificialidad intrínsecas al proyecto que es el hombre. Spengler diría que el alma del hombre es la de un animal rebelde, descontento e insaciable, con lo que jamás se adecua a las circunstancias, sino que trata de adecuarlas a sus deseos. Estos, a su vez, según Ortega y Gasset, no responden a algo objetivamente necesario, sino, por el contrario, a algo objetivamente superfluo. Hace parte de la naturaleza del hombre negar lo objetivamente necesario y sólo con ello, sólo con la técnica, el hombre puede ser hombre, un ser artificial, que no pertenece al lugar ni a la época en que vive. Del deseo mutante por bienestar, de la búsqueda incesante por saber, y del intento por superar su vida animal, Ortega y Gasset sostiene que el hombre no es más que un proyecto; algo que no es, sino que anhela a ser, “(...) porque el hombre –dice el autor– tiene una tarea muy distinta que la del animal, una tarea extranatural, no puede dedicar sus energías como aquel a satisfacer sus necesidades elementales, sino que, desde luego, tiene que ahorrarlas en ese orden para poder vacar con ellas a la improbable faena de realizar su ser en el mundo”.11
La misión de la técnica sería, por lo tanto, “dar franquía al hombre para poder vacar a ser sí mismo”.12 Y con estas palabras se concluye este escrito.
* Artículo desarrollado por el autor en el Programa de Doctorado en Arquitectura y Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
- Oswald Spengler, El hombre y la técnica, Editorial Ver, Buenos Aires, 1963 (1931). ↩
- José Ortega y Gasset, Meditación de la técnica, Revista de Occidente, Madrid, 1968 (1939), 6ª. edição. ↩
- Friedrich Georg Jünger, Perfección y fracaso de la técnica, Ed. Sur, Buenos Aires, 1968 (1949). ↩
- Martin Heidegger, ‘La pregunta por la técnica’, em Filosofía, ciencia y técnica, Editorial Universitaria, Chile, 2007 (1954), 5ª. Edição. ↩
- Oswald Spengler, op. cit., p.12. ↩
- Oswald Spengler, op. cit., p.15. ↩
- José Ortega y Gasset, op. cit. pp. 33-34. ↩
- Oswald Spengler, op. cit., p.24. ↩
- Martin Heidegger, op. cit., p. 153. ↩
- Oswald Spengler, op. cit., p.16. ↩
- José Ortega y Gasset, op. cit. p. 53. ↩
- José Ortega y Gasset, op. cit. p. 54. ↩