Arbat, barrio residencial de Moscú, año 1927. Nos trasladamos a la Rusia del cambio.
Tras la Revolución Rusa de 1917 y el poder en manos de los bolcheviques dirigiendo los soviets, con Lenin al mando, surge la U.R.S.S. Esta nueva Unión Soviética se enreda a partir de 1927 en las redes del totalitarismo, lanzadas por un dirigente que disponía de todos los poderes: el ascenso al poder de Stalin marcó radicalmente la transformación de la sociedad soviética, dibujándole un nuevo rostro al país, texturizado por la colectivización y la industrialización.
En esta situación política y social, la arquitectura, principal medio propagandístico-subliminal a lo largo de la historia de la humanidad, no quedó al margen. Las vanguardias revolucionarias, bañadas visualmente por una búsqueda provocativa de formas libres y cantando a la funcionalidad, con el constructivismo como estandarte, se vieron cegadas por una nueva arquitectura.
En medio de este panorama se construyó la Casa Melnikov, hogar que vio los últimos 45 años del arquitecto Konstantin Stepanovich Melnikov. Esta obra significaría un antes y un después en la vida del artista: su propia casa sería su más famosa y reconocida obra, pero también, la más amarga.
Pasados ya los años tras la gran revolución bolchevique y el nuevo lenguaje arquitectónico que la siguió, Melnikov comienzó a concebir su casa como un modelo experimental, con una vocación intimista, reflexiva, purista, y casi abstracta, aunque válida como vivienda obrera. Pero caminando su país natal hacia una sociedad empuñada por la tradición, con Stalin frenando prohibitivamente cualquier intento modernista, la casa fue considerada una perversión a la pretendida monumental y neoclásica arquitectura del nuevo régimen.
Así comenzó el ocaso profesional del arquitecto, que acabaría condenado a vivir bajo arresto en esa nueva vivienda creada por él y para él hasta el día de su muerte, apartado de la enseñanza y la práctica profesional, y dedicado a la pintura.
Hoy la analizamos con la mirada nostálgica, coloreada por la admiración que todos sentimos hacia los clásicos, su espíritu modernista, su geometría y libertad corbuseriana, su significado social y simbólico, pero sobre todo, su carácter ensoñador y casi ingénuo. Para Melnikov, lo más importante en sus obras y en su casa en concreto no era el funcionalismo, ni la unión con el entorno de la naturaleza, sino la arquitectura. Así, el arquitecto logró construir su casa como él realmente soñaba.
Esta obra de Konstantin también generó un gran interés, no sólo formalmente como ocurrió a posteriori, sino contemporáneamente como una solución para el problema habitacional por el que pasaba la URSS: la vivienda era un ejemplo de “prototipo” a repetir, económica y de fácil construcción.
Incluso los materiales, muy restringidos en su momento, se utilizaron sabiamente optimizando al máximo las posibilidades de la casa. Empleó así de manera eficiente los limitados recursos disponibles con los que diseñó una estructura que a su vez permitía desarrollar su visión creativa y expresiva: La estructura fue realizada en madera y ladrillo (muros de carga gruesos, perforados rítmicamente, y forjados reticulares ligeros de madera laminada), con una cimentación que reemplazó el hormigón por escombros comprimidos.
“La escasez nos hace buscar nuevas soluciones […] construir para nosotros, por nuestros propios medios y más aún, con enorme riesgo para el bienestar de la propia familia, es un verdadero estimulo que ahonda en el contenido emocional hasta el punto de alcanzar, fácilmente, descubrimientos extraordinarios e inesperados allí donde nuestra vida hubiera transcurrido rutinaria como la de un topo."
Konstantin levantó de esta manera la vivienda, conformada por dos cilindros calados, como una excéntrica versión de planta y fachada libre, gracias a los muros estructurales que configuran todo el cerramiento. La sección también sería libre, como una explosión espacial en que los ámbitos sencillos y los de doble altura se dilatan y comprimen a un ritmo no determinado por la lectura exterior del edificio. La fachada curva estaba dibujada también por la geometría economizadora: 59 huecos hexagonales que forman una composición parlante sobre esa simetría irregular que rige la casa, pero que en sus 5 líneas horizontales impiden reconocer los distintos niveles de la casa, alterando la percepción de su escala.
En esta obra se encuentran y diluyen de manera extraña la tradición arquitectónica más pretérita y simbólica con su planta de círculos intersecados, las geometrías abstractas y constantes búsquedas de las vanguardias, y la necesidad funcional y económica de una sociedad socialista. En esa miscelánea se genera una edificación atemporal.
Actualmente, a escasos meses del 40 aniversario de la muerte Melnikov, su obra maestra por antonomasia vuelve a ser noticia, desgraciadamente, a causa de los problemas de conservación de la misma. Sus viejos muros y cimentación, que ya han cumplido 83 años, se han debilitado enormemente con el paso del tiempo, acelerándose esta degradación en los últimos meses.
El peligro inminente en que se encuentra la casa ha sido recalcado por Natalia Melikova, una recién graduada estudiante de la Academia de Arte de la Universidad de San Francisco, que escribió desde Moscú alertando sobre la amenaza que se cierne sobre la casa de la vanguardia rusa que ha sido su proyecto de investigación.
Como Natalia expresa en su texto, la intención por parte de distintos grupos interesados es que la casa comience su degradación para así poder demolerla definitivamente. El deterioro físico se ha agravado desde agosto del 2012 a causa de la demolición “con mano dura” de los edificios colindantes. Los obvios efectos negativos “aunque no reconocidos” de dichas obras han situado el edificio al borde del derrumbe. Y, sin embargo, el debate sigue centrándose en la problemática de la propiedad de la casa.
“Todo esto se está haciendo con el fin de simplemente destruirla.Ellos no pueden derribarlo porque va a generar una reacción muy negativa.Así que han excavado desde ambos lados de la misma, lo que ha desencadenado procesos en el subsuelo.Ahora van a construir una presa, con lo cual la casa se derrumbará por sí mismo.Y una vez que esto suceda, van a decir 'bueno, ¿qué esperabas?, la casa es vieja ... ya se acabó, está muerta”, explica Ekaterina Viktorovna Karinskaya, la nieta de Melnikov que aún vive dentro de la casa, tratando de protegerla hasta que se cumplan los deseos de su abuelo.
Respecto a estos hechos, y el estado físico de la casa, recomendamos leer el texto completo, que se publicó en Do.Co.Mo.Mo (en inglés).
Desde los círculos de la arquitectura, se están movilizando a favor de la intervención conservadora de la casa, como evidente e indiscutible obra de arte, y gran muestra de la arquitectura soviética de principios de siglo. Diversas personalidades, como Kenneth Frampton, Peter Eisenman, Steven Holl, Rem Koolhaas, Fumihiko Maki, Bernard Tschumi, Alvaro Siza, Ginés Garrido o Juhani Pallasmaa han firmardo una carta donde exigen a las autoridades que se restaure y se mantenga como un museo abierto al público y se compense de modo justo a la familia de Mélnikov por sus esfuerzos para conservarla durante los cuarenta años que han transcurrido desde la muerte del arquitecto.
Además, han solicitado que “todo el contenido de los archivos relacionados con Melnikov que se encuentran en Rusia se conserve adecuadamente en un único lugar, preferiblemente en un museo adjunto a la casa, donde pueda ser consultado por arquitectos y estudiosos”.
Esperemos que sus voces sean escuchadas, y que esta pieza de la historia sea conocida por las generaciones venideras no sólo por las fotografías en blanco y negro.
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