“El viajar como aprendizaje o el contexto como experiencia” Zocalo del Caixa Forum - Foto de Raimundo del Río Jorge Morales Meneses /Arquitecto Director de la Escuela de Arquitectura Universidad Finis Terrae. Un viaje de estudios no se puede googlear, ni sirve que te lo puedan contar. Es como la buena mesa, nada reemplaza el saborear una delicia. A lo más se puede conocer superficialmente por croquis, fotos o alguna anécdota. Y las páginas de Internet están llenas de degustadores de arquitectura que tratan de transmitir lo intransmisible y de paso causar envidia, aunque en estos relatos más se conoce del degustador que del plato. Viaje de estudios, peregrinación, Gran Tour, o como se le quiera llamar, el viajar es un sistema de aprendizaje que se pierde en los orígenes de la arquitectura: desde los antiguos constructores libres de la edad media -únicos que podían libremente viajar entre feudos- hasta Sir Norman Foster que viaja en su jet privado, los arquitectos peregrinamos hacia los centros epocales de la cultura, para convencernos de algo que la academia, los libros o las fotos no entregan.
Catedral de Milán - Foto de Nicolás Edwards Bramante y Palladio viajan a Roma en los siglos XV y XVI, respectivamente. Los británicos del siglo XIX, como John Soane, John Ruskin o Charles Rennie Mackintosh, no concebían concluida su formación sin el “Grand Tour”. Por mencionar algunos viajes que terminaron revolucionando la arquitectura contemporánea cabe recordar que Le Corbusier en 1911, aun Charles-Edouard Janneret, realiza su importante viaje a oriente. Eric Gunnar Asplund en 1913 lo hace por Italia y el norte de Africa, Alvar Aalto en 1921 viaja por Europa justo después de graduarse y antes de abrir su estudio profesional, Walter Gropius lo hace en 1928, luego de renunciar a su cargo de Director de la Bauhaus de Dessau, Adolf Loos viaja a observar la nueva arquitectura en Estados Unidos, Frank Lloyd Wright lo hace al Japón, etc… Importante es señalar que el destino y sentido de los viajes han ido cambiando fuertemente sobretodo en los últimos 50 años, pues hay que destacar que los centros de la cultura, que por siglos fueron Roma y Grecia, ahora se han fragmentado en múltiples direcciones, territorial y temáticamente.
Opera de Madrid - Foto de Raimundo del Río Así, el viaje de estudios para un arquitecto -y de paso también para un diseñador, un artista, un antropólogo, etc., todo profesional que deba conocer profundamente al ser humano- pone de relieve varios asuntos obvios pero olvidados: primero, que la arquitectura debe ser valorada por todo el que la habita, es decir, no sólo hay que escuchar a los especialistas, sino todo el público que recorre y cohabita una obra tiene el legítimo derecho a valorar; segundo, que la arquitectura es un hecho, pero que su observación o su significación es subjetiva, aunque no arbitraria, es decir, depende del que observa, de sus conocimientos, emociones y de lo que culturalmente valora. Esto hace que la interpretación sea un intangible y como tal es de muchas voces: nadie tiene la razón y a la vez todos la tienen; tercero, algo obvio pero que hay que decir, que la arquitectura es con un contexto: su lugar, su gente, su atmósfera, su circunstancia y su entorno. El viaje de estudios permite a la arquitectura entrar en el juego de la valoración, donde incluso los malos resultados pueden ser buenas experiencias. Esto es, experimentar la libertad de la obra, que es entregada -por el mandante, el arquitecto, el propietario, el que sea- a un contexto que la va a conocer y reconocer según parámetros que no siempre son pensados en el diseño arquitectónico.
Casas Cubo en Rotterdam - Foto de Raimundo del Río De las muchas etapas del trabajo del arquitecto, el viaje de estudios -o el trabajo de campo- representa una de las fases más importante en su formación, porque lo vincula con sus pares y sus obras y le permite observar la exposición que tiene toda obra al juicio de la posteridad. Concepción, proyección y construcción son las mas conocidas, y aunque luego de la inauguración acaba (o debería acabar) el trabajo del arquitecto, es justamente entonces cuando comienza a aparecer el valor de la obra de arquitectura porque el tema de la refiguración de una obra, pone el acento no sólo en el autor y en sus aspectos constructivos-estructurales-expresivos, sino en el valor que se le asigna posteriormente, como impacto que dialoga en un conjunto de otras obras de diferentes estilos, épocas, materialidades, con diferente rol urbano, y cuya apreciación cambia según la sociedad va cambiando. Josep Quetglas, siempre lúcido, señala en la sección Fuera de Tiempo del Pliego de Scalae de Carme Pinos, que la única posibilidad del viajar es “la peregrinación”, que es “ir al edificio para estar a su lado”, porque para “ver arquitectura basta con leer los planos”, al igual que a un músico le basta con leer la partitura para ser capaz de oír la música.
Detalle del Caixa Forum de Madrid - Foto de Raimundo del Río Siguiendo la huella que abrió el arte contemporáneo, el viajar permite reconocer que la arquitectura está allí donde cada uno pueda verla: no solo en las ruinas o en las grandes obras, sino también en la periferia o en la que ha sido hecha sin arquitectos y está en los habitantes y su cultura, en los ruidos y los olores, está en las luces y los brillos, está en el idioma y la música, está en el clima y en el paisaje, también se encuentra en los errores de los arquitectos y en los problemas mal o no resueltos. Los viajes permiten demostrar que la arquitectura se mide en su contexto, recorriéndola, cohabitándola, luego de ser entregada la obra a la dura e implacable posteridad y el contexto, a su vez, se conoce solo por la experiencia directa y desprejuiciada. En la época actual, donde la movilidad y la comunicación han adquirido una dimensión superlativa -y conviniendo en que la comida y la arquitectura son dos placeres- lo único que se puede enseñar de un viaje es que hay que hacerlo. El contexto no se encuentra en Internet y tenemos que aprender a ver las obras también con la mirada del usuario. El llamado entonces es a viajar para profundizar una visión propia y desconfiar de la crítica. Todos tenemos derecho a observar y a aprender del contexto, es al fin y al cabo, nuestra experiencia.
Los Trecandis – Foto de Raimundo del Río Detalle del Palacio del Congreso – Foto de Raimundo del Río Detalle de la reja del Palacio de Versalles – Foto de Nicolás Edwards Detalle de la Casa de Gaudí en el Parc Güell – Foto de Raimundo del Río 1 comentario » Enlaces a este artículo »