Como todos saben, actualmente se esta llevando a cabo la Bienal de Venecia 2012, y Chile se encuentra participando en ella con el Pabellón “Cancha – Chilean Soilscapes” de Bernardo Valdés y Pilar Pinchart.
Los quiero dejar con la crítica que realizó el arquitecto Ramón Gutierrez, al Pabellón, la curatoría, el contenido y el catálogo y a continuación la respuesta del arquitecto Germán del Sol, quien se encuentra participando dentro de este pabellón con Kancha. Sin lugar a dudas una interesante discusión, para que se tomen el tiempo, la lean, discutan y comenten.
“The Cancha” Una necesaria mirada latinoamericana sobre el Pabellón Chileno en la Bienal de Arquitectura de Venecia
por arquitecto Ramón Gutiérrez
Hace unos días tuvimos oportunidad de visitar y dialogar con los colegas de Chile que hicieron el Pabellón de su país en la 13ª Bienal de Venecia. En principio nos alegró su notoria intencionalidad de proponer una lectura “andina” utilizandola “Cancha” como símbolo de su presencia institucional. Sin embargo, nos extrañó que inmediatamente calificaran la cancha como “Chilean Soilscapes” olvidando que estaban ante un término quechua (no mapuche) y que no solamente abarcaba otros lugares, regiones y países, sino que era propio explícitamente de alguno de esos países.
El catálogo del Pabellón Chileno fue editado exclusivamente en inglés, a diferencia de otros países que recurrieron a su propio idioma con traducciones al italiano y al inglés. Cuando consulté si existía Catálogo en español se me indicó que no, “porqué costaba mucho la traducción”. Esta absurda respuesta –ya que pensamos que los autores escribirían en español y por ende se habría pagado para hacerlo en inglés- nos desconcertó. Con el catálogo en la mano descubrimos que uno de los “Curators” Bernardo Valdés Echenique era nacido en Princeton (USA), la otra “Curator” Pilar Pinchart Saavedra, residía ahora en España y de los autores, Juan Pablo Corvalán era natural de Ginebra (Suiza) y el fotógrafo Cristóbal Palma Domínguez había visto la luz en Oxford (Inglaterra). Es decir, una Legión Extranjera al servicio de la globalización de la Cancha.
El resto de los autores residentes todos en Santiago menos Ivelic que era de Viña del Mar, ciudades éstas donde es bastante habitual hablar cotidianamente en español. Superada esta curiosa circunstancia de un Catálogo que no estaba destinado a los chilenos y que, a la vez, los representaba de una manera “particularmente relevante” como indicaba la autoridad del Consejo Nacional de Cultura y Artes, la Cancha se nos empezaba a definir ambiguamente como un lugar de confrontación o de una inclusión que, como explica el Catálogo incluía a los animales, árboles y porque no, a la gente, inclusive a los mapuches que no crearon la Cancha.
El Pabellón
Como queriendo refugiarse en la materialidad del suelo, Chile expuso en 1992 en Sevilla un magnífico Pabellón de madera que tenía como atractivo no solamente su excelente arquitectura sino un témpano de hielo que fuera trasladado con esfuerzo y que constituyó un punto de interés notorio. En este nuevo pabellón de la Cancha, los Curadores hicieron una poco exitosa réplica de aquella idea de hace dos décadas para colocar trozos de sal de la cantera de “Tarapacá Salt Flat” como atractivo adicional en un fondo semioscuro del Pabellón.
La intencionalidad “dramática” de la penumbra del espacio que definieron los Curadores refleja notoriamente sus ideas que alimentan el contenido del Pabellón. En esa suerte de dialéctica no se tuvo en cuenta que el término quechua de la Cancha se refiere a un espacio abierto pero, a la vez, contenido, concepto que fuera obviado claramente por quienes utilizaron aquí el término. La propia “cancha” incaica fue utilizada por los españoles en la superposición de la ciudad del Cusco (Perú) para articular las viviendas que la rodeaban formando así el nuevo patio central de las grandes residencias.
Los quechuas, aunque vincularan el término “Cancha” al maíz, jamás se les hubiera ocurrido vincularlo a una andenería de cultivos. Estas incongruencias se verifican rápidamente en la elección de los ejemplos fotografiados que se utilizan en el pabellón chileno donde abundan conjuntos peruanos y de otros países americanos, sin señalar pertinentemente su procedencia (lo que sí se realiza en el catálogo).
Esta apropiación gratuita de Pisaq, Sacsahuamán, Chincheros, Moray o Chan Chan como expresión del “Chilean Soilscapes” es demostrativa de la insuficiencia de las expresiones en su propio espacio territorial, de un tema cuyos Curadores no manejan ni comprenden cabalmente. Se vincula ello a los usos de otros espacios mexicanos o centroamericanos para explicar el “Chilean Soilscapes” o acudir a una presunta cartografía “histórica” donde aparece un Chile “embarazado” proyectado más allá de los Andes. Es evidente que el “Common Ground” que era el lema de la Bienal de Venecia no puede ser integrado por esta manera de entender el “Chilean Soilscapes”.
El pabellón en su realización tiene un interesante “ambiente” espacial, pero el equívoco mensaje se ajusta a una instalación de faroles cuyas pantallas reproducen los temas. Sin embargo, lo estrecho del espacio entre estas lámparas hace muy difícil la posibilidad de rodearlas para ver los contenidos de las pantallas y por ende predomina sobre todo la visión de conjunto frente a la de los contenidos. Sin dudas que en ello, el pabellón gana, a pesar del esfuerzo intelectual de los “Curators”.
Respuesta a “The Cancha” de Ramón Gutierrez
por arquitecto Germán del Sol
A Ramón Gutiérrez no lo conozco de nada, y tampoco se muy bien porque contesto sus comentarios. Tal vez sea, porque me extrañaría que su “Yo Opino”, quedara en el aire sin que nadie le diera importancia.
No voy a defender el proyecto de María Pilar Pinchart y Bernardo Valdés, porque es excelente, y se defiende solo. Si no pensara así, no habría participado.
Si el Pabellón de Chile supera el espléndido aislamiento de esta república provinciana, es debido en gran parte a esos arquitectos chilenos que han nacido y vivido mas allá de Mendoza, en Europa o en los Estados Unidos, y por eso aprecian y entienden mejor que otros, que el “Common Ground” que David Chipperfield nos invitó a mostrar en la Bienal de Venecia: es la base cultural común de la arquitectura de todos los tiempos y lugares.
Porque arquitectura es dar casa a hombres y mujeres, la condición humana es igual en todas partes, y no ha cambiado nada -que yo sepa- en los últimos ocho mil años.
Aunque sea tan común equivocarse, la cultura chilena no tiene doscientos dos años como la República, sino más de quince mil, como muestra la última exposición del Museo Precolombino.
Y las fronteras políticas entre los países recién formados en el siglo 19, no coinciden con la cultura andina común, que me atrevería a decir que va desde México a Chile. Y que incluye a los Mapuches de ambos lados de Los Andes.
Tampoco entiende Ramón Gutiérrez, que se trataba de elegir y presentar al mundo en Venecia, algunos elementos fundamentales atemporales que tiene en común la arquitectura andina con la arquitectura del mundo. Porque no hay cultura que valga, que tenga solo 202 años.
Parece obvio que el témpano que Chile expuso en el pabellón que proyectamos con José Cruz para la Expo Sevilla 92, no era un témpano sino un montón de cubos de hielo. Los verdaderos témpanos tienen más de 50 metros de altura, no cinco.
Efectivamente la cancha es originalmente un espacio plano, vacío, definido y abierto.
Como arquitecto o artista contemporáneo, puedo interpretarla también como un espacio público cuya utilidad práctica es reflejar el esplendor de una cultura que es capaz de hacer aparecer la belleza haciendo algunas obras por el puro gusto de hacerlas.
Y eso es muy importante hoy en día cuando casi todo el espacio público esta privatizado, y no hay espacios vacíos de cosas, o sin utilidad práctica, con los que la gente sueñe despierta sus mejores sueños.
Por eso –y que pena que Gutiérrez no lo entienda- mostré fotos de las andenerías incas de Pisac que no servían para cultivar alimentos, sino flores. Por amor a la belleza. Por el gusto de verla aparecer a mostrarles su esplendor como sociedad.
Soy responsable, y estoy orgulloso de valorar y de apropiarme también de nuestra herencia artística precolombina. Para hacer obras originales, o sea, que tengan relación con nuestro origen, y no hacer obras por muy buenas que sean, podrían estar en cualquier otro lugar.
Lamentaría mucho ser un chileno más que limita por ignorancia o prejuicio nuestra cultura andina original, a las fronteras políticas y burocráticas actuales.
Pisaq, Sacsahuamán, Chincheros, Moray o Chan Chán son expresión del “Chilean Soilscapes”, o sea del paisaje de Chile actual, porque el paisaje es aquello que uno lleva consigo. Es lo que nos enseñaron a ver, o lo que creemos ver. Neruda vio a Machu Pichu mejor que nadie.
Y no hay peor ciego que el que no puede ver.