- Área: 350 m²
- Año: 2006
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Fotografías:Santiago Garcés
El origen es el material.
¿En donde están los límites de los materiales?, ¿En sus propiedades aparentemente implícitas o en nuestra capacidad para expandirlas?
Una casa fresca, para un calor fuera de los parámetros establecidos para el confort estándar de un urbanita; una casa de bajo costo y que requiera un mínimo mantenimiento; una casa flexible en cuanto a número de usuarios; y flexible en su uso y configuración; una casa que pueda abrirse completamente al exterior o cerrarse y concentrarse en sí misma. Una casa de playa construible en una esquina de mundo.
Las altas temperaturas, el salitre y la mano de obra poco especializada fueron los condicionantes que llevaron a decidir que esta casa debía ser de concreto. De concreto son los puentes, los espigones, las presas; lo son por su capacidad estructural y por su resistencia a condiciones extremas. Este fue el punto de partida para el arquitecto, y las posibilidades tectónicas y morfológicas del material, una ayuda en la definición formal del proyecto.
La sección de la casa, con sus volados pronunciados, busca llevar al límite la expresión de estas cualidades, pero sobretodo, busca adaptarse a las condiciones específicas de su localización. Se definen tres elementos para tres condiciones distintas: un cuerpo-torre, que en busca del mar rompe su opacidad en puntos específicos hasta conseguir una apertura total en aquella cota en donde ya nada bloqueará las vistas al pacifico mexicano; un segundo cuerpo, de habitaciones, suspendido sobre el agua y las flores del jardín; y un tercer elemento, concebido como espacio central, amplio, alto, fresco, distribuidor y canalizador de las distintas actividades que se suceden en la casa. Estos tres elementos se funden en un solo volumen; un objeto de escala confusa y textura rugosa.
El espacio exterior construido, el umbral bajo el gran voladizo, es el más importante de la casa, el foco central de su uso. Este gran espacio tiene las condiciones de un espacio interior, disfrutando de las posibilidades de un entorno hecho a la medida: por un lado, vinculado al amplio núcleo central de la casa, bajo el amparo del equilibrio y el rigor del objeto construido; por otro, nutriéndose de la luz, el agua, el aire y con la posibilidad de estar cerca de la exuberancia de la vegetación tropical y sus colores que contrastan con la neutralidad del concreto. Todo esto, suspendido en las hamacas, reforzando la solidez de la estructura y lo suave de la forma de habitarla.
Es la forma de vivir este espacio intersticial, la que define la voluntad arquitectónica final del proyecto: la vida en el exterior, abierta, en comunidad; una fotografía viviente de la utopía vital mexicana, es decir, un mundo de convivencia, de color y naturaleza; un reflejo del vaivén de las hamacas, del placer del "dolce far niente".