En la arquitectura clásica se intentó siempre tener presente los preceptos platónicos sobre ‘lo bueno, lo bello y lo verdadero’. La belleza, el bien y la verdad eran conceptos inseparables. Lo bello era estética y funcionalmente bello, y lo funcionalmente bello era bueno. Lo verdadero era el conocimiento de la realidad, y el conocimiento, inherentemente, era bueno y bello. Hacer arquitectura bella implicaba hacerla buena y verdadera. La belleza en la arquitectura, entonces, no solo era valorada a través de criterios estéticos, sino también a través de la moral. Y la moral, subjetiva y cambiante según las sociedades y los tiempos, siempre ha sido establecida por las personas. Aquellas quienes determinaban qué era lo bueno definían también los cánones de belleza, imponiendo, de alguna manera, una verdad.
Katherin Tiburcio Jaimes
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La ‘arquitectura social’ en Lima: sobre la omisión (in)voluntaria de lo bueno, lo bello y lo verdadero
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