En el marco del ambicioso proyecto de la Ciudad Satélite encomendado al arquitecto Mario Pani en Ciudad de México a mediados del siglo XX, Luis Barragán recibe de Pani en 1958 el encargo de realizar una fuente que sirviera de motivo distintivo de la entrada por la principal vía de acceso a la urbanización.
Para eso, este renombrado arquitecto mexicano proyectó junto al escultor Mathias Goeritz cinco torres de concreto, de planta triangular y diferentes colores y alturas (la más alta de 52 metros), con un carácter totalmente escultórico y la función primordial de que se pudieran destacar aún contemplados desde lo lejos y en movimiento.
Las cinco torres nacen verticales sobre una plaza ligeramente inclinada, prolongándose hacia lo alto a medida que el espectador se acerca. De esta manera se acentúa su verticalidad como agujas que se recortan en el cielo, pero con el contraste de su estriado horizontal que, además de una textura, le confieren cierta cualidad de fuerza en su percepción.
De este modo, en los primeros días de marzo de 1958 las Torres de Satélite se inauguraron como símbolo de la naciente Ciudad Satélite, bajo el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines. La obra es encarada como un experimento, una conjunción inseparable entre arquitectura y escultura. Barragán y Goeritz trabajan en un proyecto conceptual con unos enormes volúmenes ciegos, un ejercicio estético del paisaje contemplado en movimiento desde la carretera.
Así las Torres de Satélite resultan ser un conjunto escultórico formado por cinco bloques de hormigón, con alturas que variables, implantadas de manera aparentemente aleatoria sobre una plancha de hormigón, dura y desprovista de cualquier otro elemento.
Las torres son edificaciones triangulares totalmente huecas y carentes de techo. Los prismas consiguen trampear su geometría a medida que el movimiento modifica su percepción; a veces como planos regulares, otras como líneas fugadas hacia el cielo: como vértices finos o como murallas pesadas. Poseen la textura del encofrado del hormigón con estrías cada metro, que se consiguió aplicando las técnicas empleadas en la construcción de chimeneas industriales, aumentando visualmente su altura.
Las Torres se destacan destacan por su intenso colorido: el empleo de colores brillantes, así como la disposición de las torres, la textura y su escala, integran lo mexicano con la devoción cosmopolita. Hasta ahora, han sufrido diversas modificaciones en sus colores. Los colores originales fueron blanco, amarillo y ocre, de acuerdo a la inspiración que sus creadores encontraron en las torres de San Gimignano en Italia. Sin embargo, con motivo de las Olimpiadas México 1968 fueron pintadas, por idea de Mathias Goeritz, con color anaranjado para contrastar con el azul del cielo. Luego, en 1989 fueron nuevamente pintados los 6.644 metros cuadrados de su superficie: dos torres blancas, una azul, una amarilla y una roja, a cargo de las empresas Nervión y Bayer de México.
En 2008 fueron remodeladas de nuevo por el Ayuntamiento de Naucalpan y donantes privados, retirando mediante disparos de espuma de poliuretano las capas de pintura anteriores y dándoles de nuevo sus colores originales. Además se instaló iluminación arquitectónica para destacar aún más este hito diseñado por Barragán y Goeritz.
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Arquitectos: Luis Barragan
- Año: 1958
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Fotografías:Adlai Pulido, Suriel Ramzal | Shutterstock, Júbilo Haku | Flickr